Isaac

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La moto iba a toda velocidad, aunque Ian no estaba preocupado por aquello; Laura era una buena conductora, aun corriendo como lo hacía, no se arriesgaba con maniobras que pudieran costarle la vida a su joven compañero o a ella.

El local donde iban a ir a cenar estaba a las afueras de la ciudad, a unos veinte minutos en moto, un bar de carretera con aspecto deprimente, paredes mal pintadas, pero el aparcamiento lleno de camiones. Al menos había seis diferentes en la zona, aquello le pareció extrañamente curioso al estudiante, que aun sin bajarse de la moto no dejaba de observar los grandes camiones.

-Me sorprende que haya tantos camiones con la maña pinta que tiene este sitio- comento sin pensar demasiado, Laura simplemente le dedico una sonrisa afable

-Mi padre siempre dice que si el aparcamiento de un bar o restaurante de carretera están llenos de camiones es que la comida está realmente buena, no te preocupes, cenaremos bien aquí, te lo aseguro.

Finalmente, Ian bajo de la moto y le devolvió el casco a Laura, que lo guardó junto al suyo propio en un compartimento bajo los asientos. Después se aseguró de que la moto quedaba bloqueada antes de llevar a su nuevo amigo al interior del bar/restaurante, donde por suerte, aun estando medio lleno y siendo aquellas horas, podrían cenar.

Tras la puerta de cristal, algo sucia, se encontraba un amplio salón, con unas cuantas mesas de madera cubiertas por manteles de cuadros blancos y rojos; dos o tres sillas de madera rodeaban cada mesa. Para sorpresa de Ian, solo quedaban dos mesas libres, seguía sin creerse que un lugar que parecía estar a punto de cerrar tuviera tanta clientela.

La barra, al fondo del local, estaba llena de taburetes de cuero negro donde había varios hombres sentados, comiendo y bebiendo o mirando la televisión, donde anunciaban el tiempo: se esperaban unos cuantos días de lluvias, que para el campo vendrían bien, pero, como siempre, a muchas personas les molestaría para sus días libres.

Sin esperar a que les indicaran nada, Laura e Ian se sentaron en una mesa cerca de una de las ventanas,y con las cortinas amarillentas, señal de que en otra época habían sido blancas.

En la mesa tenían puestos unos mantelitos individuales de papel sobre el mantel de tela, un vaso de cristal sorprendentemente limpio, unos cubiertos y una carta para cada uno. Los dos jóvenes estaban tan hambrientos que fueron directos a las cartas, buscando los menús de la noche, podrían comer bien y no parecía ser excesivamente caros.

-Esta noche no podré beber, me toca conducir y creo que prefieres llegar bien a casa, ¿no, Ian? - preguntó Laura, con una leve sonrisa en el rostro

-Sí, me gustaría llegar entero a casa, no quiero que Mishka tenga que hacerme de enfermera- respondió mirando la carta, pero sin leer aun nada especialmente.

-Eso quiero verlo, una gata enfermera, seguro que le quedaría precioso el uniforme.

-No me des ideas, Laura, que se lo explico a mi madre y tarda poco en comprarle el trajecito. Y lo peor de todo es que no sabría de dónde lo sacaría, pero lo encontraría, cosas más raras ha encontrado la mujer por la red. Aún sigo sorprendido por el cortapizzas con cara de el Fary que le regaló a mi padre por su cumpleaños.

-Eso no es un regalo, Ian, es una venganza- ambos empezaron a reírse.

El camarero, un hombre de unos cuarenta años, algo obeso y con la barba de tres días mal afeitada, se acercó para tomar el pedido; no es que hubiera mucha variedad en el menú, pero algo podrían escoger para cenar.

-Para mí la ternera con patatas fritas y un refresco de naranja- comentó Laura; el hombre lo iba apuntando todo en una pequeña libreta llena de manchas de aceite y con un bolígrafo de color verde oliva.

Cuatro SemanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora