Vínculo inquebrantable

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Los gritos de júbilo todavía flotaban en el aire cuando la togruta decidió retirarse a descansar. Hacía muchos años que las buenas noticias escaseaban y aquel día habían recibido la mejor de todas, la que esperaban con toda la fuerza de sus corazones: el imperio había caído. Tanto el Emperador como Darth Vader habían muerto por fin. Ahsoka lo celebró con sus compañeros. Estaba feliz de saber que la agonía había terminado ―aunque sabía por experiencia propia que nunca termina de marcharse por completo―, pero su corazón se encontraba irremediablemente dividido. Aquella gente había logrado terminar con la pesadilla que amenazaba sus vidas y no podía evitar alegrarse por ellos. Al fin y al cabo, aquel horrible mal sueño también la había perseguido a ella, su vida se había convertido en una huida constante mientras intentaba ayudar a los que la rodeaban. A pesar de ello, no era capaz de compartir la felicidad que sentían sus compañeros. La caída del imperio debería haber aliviado el peso que recaía sobre sus hombros y, sin embargo, continuaba notándolo en el mismo lugar de siempre, aplastándola. El precio de terminar con las pesadillas había sido elevado, pues aquel día ella había perdido a un amigo. Otro más. Alguien a quien todavía esperaba poder ayudar, aunque fuera imposible. Y ese era un dolor que nadie iba a poder comprender. No los culpaba, pero necesitaba estar a solas para llorar la muerte definitiva de un ser querido.

Al cerrar la puerta de su habitación, el aire se sacudió y la joven llevó la mano hasta su espada laser por instinto. Algo estaba cambiando. Toda la estancia vibró de repente, aunque no tardo en percibir que el temblor procedía de su interior. Concretamente del hueco donde tiempo atrás había residido la presencia de Anakin. Un vacío oscuro y desgarrador que luchaba por llenarse. No podía verlo, pero sabía que él estaba allí y, a pesar de ello, su pecho continuaba doliendo. La sentía en cada fibra de su ser, esa conexión prácticamente inquebrantable entre maestro y aprendiz. Ellos la habían roto y Ahsoka no sabía si serían capaces de reestablecerla. No sabía si ella podría perdonar. Cerró los ojos y permitió que la Fuerza fluyera por sus venas mientras caminaba a tientas por la habitación. Buscándolo. Los recuerdos centellearon en su memoria como pequeñas estrellas. Habían luchado juntos, codo con codo, por una paz perdida de antemano. Por un orden galáctico condenado al fracaso. El sonido de los blásters y el zumbido de los sables laser se mezclaban en su mente justo con las risas, las discusiones, los secretos contados a media voz y la camaradería que los unía. Se conocían tan bien como si fueran hermanos y sus caminos habían resultado ser tan parecidos como distintos. Ambos habían renegado de la orden jedi, pero de maneras demasiado diferentes. Ella había escogido el camino de la luz. Él el de la oscuridad. La última vez que lo vio apenas pudo reconocer la sombra de su maestro tras la máscara.

Pero había regresado.

Podía sentirlo.

Anakin observó a su padawan desde la esquina de la habitación. Se encontraba de espaldas a él con la cabeza inclinada hacia abajo. La contemplaba en silencio, refugiado en su condición de fantasma, porque temía demasiado enfrentarse a su reacción. Él que siempre había presumido de su valentía se había dado cuenta de que tenía más miedos de los que estaba dispuesto a admitir. Y aunque había decidido hacerles frente a todos y cada uno de ellos, no sabía si estaba preparado para sufrir el rechazo de su aprendiz. Ninguna palabra de disculpa podría arreglar el mal que había ocasionado, ni su traición. Una vez le había dicho que nunca dejaría que nadie le hiciera daño. Su promesa se había roto en tantos fragmentos que jamás sería capaz de recompensárselo. No podía, pero al menos quería pedirle perdón en persona. La última vez que la había visto en el Templo de Lothal había amenazado con matarla, pues era lo único a lo que se había dedicado en sus últimos años de vida. Amenazar y arrebatar vidas de inocentes. Su deuda con ella ―y todos los demás― era tan grande que jamás la saldaría por completo. Ya lo tenía asumido, pero debía enfrentarse a sus errores. Era un acto de cobardía seguir huyendo de sí mismo y de su pasado.

―Ahsoka―. Todavía se sorprendía al escuchar su propia voz sin el traje ni el dispositivo de respiración.

La togruta movió la cabeza despacio, indecisa. Por un instante, Anakin temió que no quisiera hablar, pero Ahsoka no era tan rencorosa como él. Esa era una de sus tantas virtudes. La joven se giró con una mezcla de confusión y esperanza en la mirada.

―Ha pasado un tiempo, maestro ―dijo con determinación, deshaciendo el nudo que le oprimía la garganta. Las continuas batallas le habían enseñado a aparentar ser más fuerte de lo que se sentía. Romperse nunca era una opción.

Anakin deseó abrazarla, pero no estaba seguro de poder hacerlo; después de todo él ya no pertenecía al plano material y tampoco sabía si ella se lo permitiría. El vínculo que los unía nunca volvería a ser igual.

―He venido a pedirte perdón.

El silencio se espesó entre ellos. No había mucho más que pudiera decirle, nada con lo que justificar los horrores que había cometido. Solo podía disculparse y esperar la compasión de su antigua aprendiz.

Ahsoka lo observaba mientras recordaba el tiempo que habían pasado juntos. Anakin estaba de nuevo ante ella, tal y como lo había visto antes de que partiera a salvar al canciller cuando la amistad entre ellos parecía irrompible. Tenía incluso mejor aspecto porque ya no parecía estar tan cansado. Tampoco percibía en él el odio y el dolor que había vislumbrado tras la máscara de Darth Vader. En ese momento, solo veía a su mejor amigo y hermano mayor. Lo había echado tanto de menos.

Si ella seguía allí era en parte gracias a sus enseñanzas, aunque también había aprendido a valorar sus propias habilidades. No había escogido el camino más fácil, sino el que consideraba correcto. Y eso era algo que admiraba de sí misma. Durante sus años en solitario aprendió a apreciar sus cualidades. La capacidad de perdonar era uno de los rasgos que la caracterizaban. El vacío de su pecho comenzaba a doler un poco menos a medida que se restablecía la unión con su maestro.

―Siempre supe que seguías ahí, Skyguay ―comentó con una pequeña sonrisa. Las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas y no hizo nada por intentar retenerlas. Estaba cansada de mantener intacta su coraza―. Me alegro de que alguien haya sido capaz de recordarte quién eres.

Anakin la miró sorprendido. No esperaba ganarse su perdón tan rápidamente, pero debía haberlo supuesto. Realmente Ahsoka tenía buen corazón.

―Lo siento mucho, Chulita ―repitió con el corazón en un puño mientras sentía que nunca se lo diría las veces suficientes. Las palabras no bastaban para cerrar las heridas que había abierto por toda la galaxia, pero era lo único que podía ofrecer.

Se acercó a la togruta y extendió su mano incorpórea para mostrarle algo que todavía conservaba.

Un sable mejorado.

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