"Debemos permanecer unidos por siempre, porque, ¿qué es una flor sin sus pétalos?"
La historia de Donde las flores y se marchitan llega desde la perspectiva de Lucien, Edgar, Sherlyn y Jeck.
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-Es necesario leer "Donde las flores na...
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La azotea del cuartel siempre estaba tranquila al atardecer.
Fue por ello que decidí ir a liberarme de mis pensamientos y de mis demonios.
Sin embargo, una presencia se posó mi costado, mirando al frente con semblante serio, con el aura de tranquilidad y serenidad que siempre desprendía.
Lucien era tan grande que incluso sentados en el suelo, era más alto que yo. Llevaba el uniforme. Se me hizo extraño no verle con uno de sus trajes azules que tanto le encantaban al parecer. Su piel oscura se veía anaranjada por el color cálido que el sol dejaba sobre nosotros, haciendo que sus orbes grises parecieran piedras preciosas y resplandecientes. Apoyé mi cabeza sobre la pared, amortiguando el peso de la misma con mis manos entrelazadas mirando los colores cálidos del cielo mezclarse.
—¿Qué haces aquí?—Preguntó abriendo su caja de cigarrillos para después ponerse uno en los labios. Me miró enarcando una ceja con un atisbo de curiosidad en la mirada.
Resoplé—Quería estar solo.—Respondí pesadamente sin girarme hacia él. Escuché cómo encendía su cigarro con su mechero de bolsillo.
—Pues ya no lo estás.—Respondió tras expulsar el humo del tabaco lentamente mirando al cielo. Apoyó la cabeza sobre la pared y me miró de reojo.—¿Qué con esa cara?—Preguntó moviendo su mano para posarla sobre mi cabeza y despeinarme como siempre lo hacía.
—¿Por qué te acercas a mí? ¿Por qué me hablas?—Pregunté arrugando las cejas. Lucien alzó las suyas sorprendido mientras yo me encontraba algo irascible.—Jeck me dijo que nunca te acercas a nadie.—Añadí confuso.
Lucien se encogió de hombros.—Supongo que porque me gustas.—Respondió sin mucha emoción. Sentí que mi corazón se había detenido por un instante. ¿Le gustaba a Lucien? ¿Yo?—Pero no como piensas, rubia. Que me gusten los hombres no significa que tengas que gustarme tú.—Añadió dándole otra calada a su cigarro. Noté como la sangre me subía a las mejillas. De un momento a otro, mi frustración se había sustituido por nerviosismo acompañado de una persistente sensación de hormigueo en el vientre.—Aunque debo admitir que eres mi tipo.—Confesó tranquilo.
