Edgar, capítulo 47

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Terminé de ponerme mi jersey de lana verde para después salir a toda velocidad por la puerta de mi habitación. Mi corazón latía con rapidez mientras corría por los pasillos del cuartel queriendo llegar a la entrada.
Una vez llegué, estando sofocado y extrañamente, nervioso, abrí la puerta del cuartel con una sola mano para encontrarme con él, sentado en la doble altura de piedra antes de entrar al cuartel. Era tan alto que cuando se sentaba, sus rodillas estaban altas, muy altas. Lucien de normal, tenía atributos muy destacados, como lo largo que era su cuello o sus piernas o lo tonificado que estaba su cuerpo.

Sentía envidia de él.

Se giró lentamente, permitiéndome ver como su piel, -la cual era extrañamente muy morena- hacía contraste con su abrigo blanco y sus ojos grises.
Su pelo se ondeaba lentamente debido a la brisa invernal que corría por el exterior. Estábamos a veinte de diciembre, con lo cual, el frío ya había llegado y la nieve no tardaría en hacerlo.

Lucien puso una expresión amarga, frunciendo el ceño, muy habitual. Se levantó y sin decir ninguna palabra, se puso frente a mí, observándome desde arriba.—¿Eres tonto verdad?—Me despeinó poniéndome la mano en la cabeza, como siempre solía hacerlo. Arrugué la nariz, fingiendo un enfado falso.—¿Piensas salir a la calle en diciembre así sin más?—Se quitó la bufanda negra que llevaba de tela, la cual combinaba a la perfección con su abrigo blanco para ponérmela, como si fuese un niño pequeño. Me quedé como un pasmarote observándole hacerlo con atención, cada movimiento que hacía con sus manos al rededor de mi cuello envolviéndome con aquella tela negra haciendo que comenzara a sentir la calidez inmediata. Cuando terminó, el olor a su caro perfume me invadió por, haciéndome sentir como en el cielo. Era de los mejores perfumes que jamás había deleitado.

—No necesito tu bufanda.—Bufé comenzando a caminar dejándolo atrás. Aquel día, Lucien y yo éramos los encargados de ir a recoger el encargo de botas nuevas para los soldados, debíamos de ir a la ciudad. Desde que Vania había desaparecido, seguíamos haciendo el mismo entrenamiento de siempre, solo que estábamos liderados por la capitana Hanji y rara vez, por Levi, quien cada vez se veía más apagado y decaído que de costumbre. Ni siquiera se podía hablar con él, ya que o comenzaba a insultar o simplemente ignoraba.

Mi caso, no fue muy distinto al suyo. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a aquella noche de tormenta en la que la conocí, en una taberna, ahogando nuestras penas en alcohol. Aquel día, me enteré de que la enfermedad de mi padre había progresado y ya ni siquiera podía salir de casa. Me culpé a mí mismo todo lo que pude y más, pensé que era mi culpa, por ser un débil, o tal vez por elegir unirme a la legión antes que quedarme cuidando de él.

—¿En qué piensas, rubia?—El moreno que caminaba a mi costado, me sacó de mis pensamientos. Sus mejillas y las mías se habían teñido de rojo, debido a la fría ventisca de invierno que daba la sensación de que podía helar cualquier cosa.

Donde los pétalos vuelan 𓆸SNKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora