Entre dos Hermanos

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–Supongo que lo habrás oído.
–¿Mmm?
Jolie Taggart terminó de doblar la última toalla y la añadió al montón que había en el brillante tocador de roble. Quería colocar toda la colada para no tener que hacerlo al día siguiente antes de ir a trabajar a la oficina de correos. Mientras esperaba a que él añadiera algo más, levantó la mirada y vio la imagen de su marido reflejada en el espejo. Drew estaba al otro lado del dormitorio, se había desabrochado la camisa del trabajo y empezó a quitársela.
No la miraba, pero ella no pudo evitar suspirar al ver el pecho desnudo de su esposo. Drew era un hombre guapísimo, aunque jamás se imaginaría que había hecho que ella perdiera la cabeza.
Jolie agarró el montón de toallas limpias y las llevó hacia el armario del baño. Nada más abrir el mueble vio que estaba todo desordenado, como si Evan hubiera estado buscando allí alguno de sus juguetes, pero seguramente había sido Drew el que lo había dejado así. Solía hacerlo siempre que buscaba una toalla vieja para convertirla en trapos y utilizarla en alguna máquina que estuviera arreglando.
–¿Que si he oído qué? –le preguntó mientras intentaba acoplar las toallas en un rincón que había descubierto.
Drew no respondió de inmediato, así que Jolie repitió levantando un poco más la voz:
–¿Qué es lo que supones que he oído? –miró a su espalda y por fin oyó la voz tranquila de su marido.
–Darian ha vuelto.
Jolie parpadeó varias veces. El montón de toallas que había conseguido colocar se derrumbó y cayeron al suelo una tras otra. Se le había encogido el estómago.
–¿Qué… qué has dicho?
Drew la miró con un gesto indefinible.
–Ya me has oído.
Jolie tragó saliva. Llevaba casi siete años casada con Drew; de hecho, sólo quedaban unos días para su aniversario, para lo cual le había tejido un suéter de color gris plateado. Había tardado meses y había tenido que sobornar a Evan con una bolsa de chocolatinas para que prometiera guardar el secreto y no contarle a su padre qué había estado haciendo ella todas las tardes después de recogerle del colegio hasta que Drew volvía del trabajo.
Empezó a doblar de nuevo las toallas para volver a meterlas en el armario. Un día tendría que sacarlo todo y organizarlo adecuadamente, pensó aunque era un tanto absurdo.
–¿Y… cómo lo sabes? ¿Lo has visto? ¿Has hablado con él?
“¿Le has contado lo de Evan?" habría querido hacerle esa pregunta, pero no lo hizo. No podía.
–Me lo ha dicho Helen.
Jolie se relajó un poco. Helen Taggart era la madrastra de Drew, que se había casado con su padre cuando él era sólo un adolescente.
–Entonces está en Gillette, en casa de Helen –a varias horas de Weaver, Wyoming, donde vivía Jolie con su marido y el hijo de ambos, Evan. No importaban las circunstancias en las que hubiera nacido, Jolie lo consideraba hijo de Drew y creía que él sentía lo mismo.
Se dio cuenta de que Drew no había respondido.
–¿Drew? Darian está en… Gillette. ¿Verdad?

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