A la mañana siguiente, Minhyun encontró a AR trabajando en la galería de estatuas.
Había ido a buscarle después del desayuno, diciéndose que debía informarle de que los caminos volvieron a estar transitables Una vez que dejó de llover. La excitación que sintió cuando le vio inclinado sobre su cuaderno de notas en la iluminada galería indicó que su motivación para encontrarle había sido muy diferente.
Las manos de AR volaban sobre el papel, firmes y seguras, y Min sintió un fugaz ramalazo de envidia al ver la absoluta atención que dedicaba a su trabajo.
Observó que un mechón de pelo, negro como el azabache, caía sobre las gafas, y contuvo el aliento.
AR era realmente apuesto.
Y Min estaba convirtiéndose en un idiota.
El pensamiento logró que se centrara en la realidad y se aclaró la voz delicadamente, obteniendo su atención. Aron le miró fijamente. Min sintió su escrutinio y entrelazó las manos delante de su pantalón Palazzo para contenerse y no alisarse la ropa ni el pelo.
—No quería molestarte, pero he pensado que te gustaría saber que Baek ha ido al pueblo a recoger vuestras pertenencias. Estaremos encantados de alojaros en Townsend Park durante el tiempo que sea necesario.
Aron se quitó las gafas, y Minhyun sintió una punzada de decepción. Había algo en las lentes que hacía que le encontrara imponente; algo que subrayaba lo inteligente, lo honesto que era bajo aquella fachada tan bien parecida y arrolladora.
AR sonrió, una sonrisa tierna y amable que le aflojó las rodillas. Sí. Prefería verle con el amortiguador que suponían las lentes.
—Es muy generoso por tu parte, Minhyun. Gracias.
Min no supo qué responder, así que dio unos pasos en la entrada, preso de la incertidumbre.
Aron arqueó una ceja con evidente diversión. Había notado que estaba nervioso y disfrutaba con ello.
—¿Te apetece entrar?
Minhyun dio varios pasos más, consciente de que el día anterior Aron lo había besado allí mismo. En realidad, había hecho mucho más que besarlo.
Quizá debería cerrar la puerta.
El pensamiento le aceleró el corazón. Pero si lo hacía, Aron podría tomarlo como una invitación para repetir los hechos de la tarde anterior.
Cierra la puerta, Minhyun.
No podía, ¿qué pensaría Aron?
«¿Acaso importa?»
Sin duda alguna, era demasiado temprano para tales actividades. Apenas acababan de desayunar.
Su mirada se tropezó con los brillantes ojos azules de AR y supo que Aron sabía perfectamente lo que estaba pensando. Había un cierto desafío en las insondables pupilas, como si deseara que cerrara la puerta y tomara aquello que no había podido alejar de su mente desde el día anterior.
Se adentró en la galería dejando la puerta abierta. Ignoró la punzada de decepción que lo atravesó centrando la atención en una cercana figura. Buscó un tema seguro.
—¿Qué fue lo que te hizo sentir tanto interés por las antigüedades?
Aron vaciló antes de responder, como si estuviera eligiendo las palabras, y durante esa dilatada pausa Min se encontró preso de una desesperada curiosidad.
—Siempre me han gustado las estatuas —comenzó Aron—, desde que era niño. En el colegio me sentí atraído por la mitología. Supongo que no resulta extraño que cuando acabé de estudiar y viajé al Continente, me viera hechizado por las culturas antiguas.
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