𝑳𝑬𝑪𝑪𝑰Ó𝑵 𝑵Ú𝑴𝑬𝑹𝑶 𝑺𝑰𝑬𝑻𝑬
«𝑴𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆 𝒆𝒍 𝒂𝒑𝒓𝒐𝒑𝒊𝒂𝒅𝒐 𝒂𝒔𝒐𝒎𝒃𝒓𝒐 𝒇𝒓𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒂 𝒔𝒖𝒔 𝒎á𝒔 𝒅𝒆𝒔𝒕𝒂𝒄𝒂𝒃𝒍𝒆𝒔 𝒄𝒖𝒂𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅𝒆𝒔.
» 𝑵𝒂𝒅𝒂 𝒍𝒆 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒂 𝒎á𝒔 𝒂 𝒖𝒏 𝒄𝒂𝒃𝒂𝒍𝒍𝒆𝒓𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆𝒓 𝒓𝒆𝒄𝒐𝒓𝒅𝒂𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒔𝒖 𝒇𝒖𝒆𝒓𝒛𝒂 𝒔𝒖𝒑𝒆𝒓𝒊𝒐𝒓, 𝒔𝒖 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒍𝒊𝒈𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒐 𝒔𝒖 𝒑𝒐𝒅𝒆𝒓. 𝑭𝒊𝒏𝒋𝒂 𝒊𝒈𝒏𝒐𝒓𝒂𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒚 𝒑𝒆𝒓𝒎í𝒕𝒂𝒍𝒆 𝒐𝒄𝒖𝒑𝒂𝒓𝒔𝒆 𝒅𝒆 𝒕𝒐𝒅𝒐. 𝑺𝒆𝒓á 𝒔𝒖𝒚𝒐 𝒅𝒆 𝒊𝒏𝒎𝒆𝒅𝒊𝒂𝒕𝒐. 𝑩𝒓í𝒏𝒅𝒆𝒍𝒆 𝒑𝒆𝒒𝒖𝒆ñ𝒂𝒔 𝒐𝒑𝒐𝒓𝒕𝒖𝒏𝒊𝒅𝒂𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒂𝒚𝒖𝒅𝒂𝒓𝒍𝒂/𝒐: 𝒓ó𝒄𝒆𝒍𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒅𝒐𝒔 𝒑𝒊𝒅𝒊é𝒏𝒅𝒐𝒍𝒆 𝒔𝒊𝒏 𝒑𝒂𝒍𝒂𝒃𝒓𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒉𝒂𝒈𝒂 𝒈𝒂𝒍𝒂 𝒅𝒆 𝒔𝒖𝒔 𝒉𝒂𝒃𝒊𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅𝒆𝒔 𝒔𝒖𝒑𝒆𝒓𝒊𝒐𝒓𝒆𝒔, 𝒅𝒂 𝒊𝒈𝒖𝒂𝒍 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆𝒂 𝑴𝒖𝒈𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒂𝒍 𝒅𝒓𝒂𝒈ó𝒏 𝒐 𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒂𝒓𝒕𝒂𝒔 𝒚, 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆𝒂 𝒑𝒐𝒔𝒊𝒃𝒍𝒆, 𝒂𝒍𝒂𝒃𝒆 𝒔𝒖𝒔 𝒗𝒂𝒔𝒕𝒐𝒔 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒊𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐𝒔 𝒚 𝒔𝒖 𝒎𝒊𝒏𝒖𝒄𝒊𝒐𝒔𝒊𝒅𝒂𝒅».
𝑷𝒆𝒓𝒍𝒂𝒔 𝒚 𝑷𝒆𝒍𝒍𝒊𝒛𝒂𝒔, 𝒋𝒖𝒏𝒊𝒐 𝒅𝒆 1823.
—¿Quién lo vio por última vez?
La pregunta de Minhyun fue breve y concisa cuando entró en la cocina de Minerva House. Tomó el rollo de papel que le tendía Gwen y se acercó a la mesa situada en medio de la estancia.
AR observó que Baek entraba por la puerta de servicio justo en ese momento, de regreso de su salida al pueblo. Buscó los ojos de su amigo y leyó la urgencia en ellos antes de apartar la mirada, distraído, por el resto de los ocupantes de la cocina, un poco abrumado por ellos.
Estaba allí Minerva House al completo.
Había al menos dos docenas de doncellas con donceles, todos vestidos con ropa varonil: pantalones, camisas de lino, botas y el pelo oculto bajo las gorras. Se pusieron en pie cuando entró Minhyun, como si se tratara del propio: Wellington. Y, en ese momento, podría haberlo sido. Con la calma y la seguridad de un general, Minhyun desenrolló el papel sobre la mesa, sujetándolo con un bote de cocina, un salero y dos tazas de madera. AR dio un paso adelante para echarle un vistazo y supo que era un mapa de la propiedad, extendido ante Min como el plano de una batalla.
Aquella no era la primera vez que ocurría algo así.
—Fui yo quien le vio por última vez —aseguró Jane, que estaba sentada frente a Min—. Caminaba hacia el lavadero con algo de ropa de Kang In.
AR buscó la mirada de Baek a través de la estancia. El turco le indicó que se dirigiera a la puerta trasera con los ojos. AR negó con la cabeza.
Quería ver a Minhyun en acción.
—¿Cuándo?
—Hace media hora, quizá cuarenta minutos.
—¿Y qué ha ocurrido?