El gran mercado

15 3 3
                                    

Hace dos años que Enteme, es mi nuevo hogar, después de la muerte de mi madre. Hubiese preferido algo mejor, pero mi padre se empeñaba en venir aquí, y según el, yo era demasiado pequeña para opinar.

Hoy me tocaba ir al mercado, no me gusta nada ir pero es lo que toca; el mercado me parece muy grande y agobiante, cojo las bolsas y me voy, hubiese avisado a mi padre pero estaba viendo las noticias y no quería molestarle, de todas formas no se daría cuenta.

El camino no era muy largo así que no tardé en llegar.
El mercado estaba abarrotado, y el bonito disco amarillo anaranjado que se solía ver en el firmamento, estaba reducido a un pequeño rallo de luz que atravesba las nubes; tenía una lista así qué no debería haber tardado tanto en comprar los productos, pero me embelesaba con los extraños objetos que vendían algunos mercaderes que desconocía; cada puesto tenía su olor, uno olía a incienso, otro a tierra y algunos a carne, me acerqué al gran puesto del señor Gilbert, era un comerciante muy rico que se dedicaba a traer objetos "del exterior", o así es como lo llamaba todo el mundo, a mi me gustaba nombrarlo cómo: el mundo paralelo.
Me faltaba comprar algunas latas de conserva, pero el mercader ya estaba recogiendo su puesto, olía a sudor y su sucia camiseta de tirantes tenía unas discretas manchas amarillas en la zona de la axilas y el cuello

-Perdone señor, qué está pasando, pensaba que usted cerraba más tarde.
-Niña tienes qué salir de aquí, no tengo tiempo de darte explicaciones, y tú tampoco.

al mirar a mi alrededor me di cuenta de que la gente estaba muy nerviosa y que salía a paso ligero del lugar, me decidí a salir, con las latas o sin ellas, las personas susurraban y pegaban pequeños grititos, que se fueron convirtiendo en claros gritos de terror; el cielo ya estaba completamente cubierto por las nubes y cada vez quedaban menos puestos.

Dos disparos, todos escucharon claramente dos disparos, y un leve olor a azufre llego hasta mis fosas nasales; todos estábamos corriendo, estaba mareada y desubicada, pero de repente me di cuenta de lo que estaba pasando, alguien o algo nos había encontrado, las lágrimas corrían por mis mejillas, pero ni siquiera me había dado cuenta de ello.

Me encontré en casa, en mi cuarto, que me recibió con una primera mirada de su techo color beig, me gustaba pensar que la lámpara era cómo un ojo, que todo observaba y todo veía, fue un alivio ver a mi padre, tenía la frente sudorosa pero dotaba de una blanca sonrisa que  iluminaba su delgada y morena cara,
-Hija, hay porfavor, me has dado un susto de muerte...
Tenía los labios secos y una mirada medio perdida, cómo si aún no se creyese que estuviese bien.
-Papá, ¿Qué ha pasado?
Me costaba hablar, y tenía el cuerpo dolorido, sólo me había desmayado, pero parecía que me hubiese pisado un elefante.
-María, tienes que descansar, hablaremos de ello más tarde.
-Papá me lo tienes que contar.
Se lo había dicho alto y claro, pero hacía como si no me hubiese escuchado, saliendo de lo que hace dos años es mi habitación.

La soledad de mi pequeña guarida me dejó pensar tranquilamente,
no nos habían encontrado, las personas que habían disparado eran terroristas en contra de la ley o cualquier cosa, todo seguía igual así que eso tenía que ser, pasaba muy a menudo pero núnca lo había vivido en persona. Era por la tarde y el calor que abrasaba el normalmente gélido cuarto, me obligó a salir del trance en el que me encontraba, pensando en todo lo que se me pasaba por la cabeza, y bajar las persiana para evitar que pase la luz.
Me rugía la barriga hasta el punto de parecer un león, tenía un hambre tan pesado que me dolía el estómago.
El sonido del televisor inundaba toda la planta baja de la pequeña casa en la que vivíamos, era antigua y tenía las paredes más gruesas que he visto en mi vida, lo que ayudaba bastante, ya que la adicción al televisor de mi padre a veces era un tanto molesta;
La cocina olía a húmedo con un ligero toque de olor a fritanga, la mesa estaba llena de hormigas  que también se entretenían visitando los escasos muebles que habitaban la cocina, ninguno de los dos le apetecía ocuparse de nada de eso, mi padre solía hacerlo, pero ha perdió las ganas.
Después de desayunar, me decidí a ir a ver el televisor junto a mi padre, las luces estaban apagadas y las persianas completamente bajadas, la luz del televisor inundaba todo el salón, lo que hacía que se viera aún más inquietante con sus paredes de color verde, craqueladas y sucias.
Las noticias no hablaban de nada de lo que pasó la mañana anterior, me parecía extraño, yo los tomaba por unos cotillas de primeras, una de las razones por las que no me gustaba ver los informativos, pero no hablaban de absolutamente nada de eso; una de las normas de nuestra secreta y anticuada civilización es que no puede aparecer nada de violencia en los canales televisivos, pero lo que ocurrió era algo importante, ya no por las vistas que esto tuviera, sino más bien  por la seguridad de los habitantes.

Un fuerte ruido, de alguien tocando a la puerta, me sacó de mis  sospechosos pensamientos.
-María ve tú.
-Papá, es mejor que no vaya yo, ¿y si es la policía?
Aunque no sin un gruñido, mi padre, se levantó del sillón en el que estaba sentado para abrir la chirriante puerta pintada de color marrón, el cual le daba un aspecto más desgastado a la casa.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora