Capítulo 4

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Dante se despertó pronto. El reloj de pared que había en sus aposentos marcaba que era todavía muy temprano: las cinco y media de la mañana, pero, de nuevo, el ya estaba acostumbrado a levantarse tan temprano gracias a su largo entrenamiento. Sólo tardó unos minutos en ponerse toda su armadura: la coraza, los quijotes, las grebas, los guanteletes... Y ya estaba listo. La armadura, sus partes y ponérsela rápido era una de las principales cosas que se enseñaban en la Academia, pues el Corazón de León debía estar siempre listo con su armadura ante cualquier posible amenaza que pudiera presentarse, por improbable que fuera. A pesar de todo, muchas veces, cuando se hallaban en el interior del castillo o en lugares considerados como seguros, acostumbraba a bastar con la cota de malla reforzada, aunque para ello, siempre se debía gozar del permiso del príncipe o rey. En cualquier caso, Dante todavía no gozaba de ese favor, de modo que no se podía permitir negligencias, y menos el día de su ceremonia.
Antes de salir de sus aposentos, echó un último vistazo: estaba todo lo poco que tenía en la Academia, incluyendo el garabato que pretendía ser un dibujo suyo hecho por su hermana pequeña, con unas letras algo grandes y torcidas en las que ponía "DAN TE". A su lado, un cuadro pequeño, en el que se mostraba un paisaje con una casa en él, y en la esquina inferior derecha había una simple "x". Era la firma de su madre. Puesto que no sabía escribir, firmaba como podía, aunque era capaz de expresar todo lo que quería a través de los trazos que dejaba en sus pinturas. Dante sonrió, y salió.

El sol todavía no entraba por las ventanas, aunque la noche iba desapareciendo para dar lugar a la luz del día. Alacor seguía en su cama, con las cortinas que formaban el dosel corridas, de modo que no había forma de saber si estaba despierto o no, pero Dante prefirió guardar las formas y no averiguarlo. Sólo si veía que se hacía demasiado tarde, despertaría al príncipe. Dante miró el reloj de salón que había en la mesita al lado de la cama. Sólo eran las seis. Aún quedaba tiempo, así que decidió salir al pasillo, en busca de algún criado o sirviente que le pudiera informar del paradero de los nobles del reino.
—Buenos días a vos también, sir Dante. Está previsto que el Duque de Fayl sea el primero en llegar en, aproximadamente, unas dos horas. Lo más seguro es que a continuación vengan el Vizconde de Burdegalam, el Marqués de Krimul y el Duque de Dreyer. Son meras elucubraciones, pero acostumbra a ser así.
—Muchas gracias, volveré a los aposentos del príncipe. —respondió Dante con una sonrisa.
El primero en llegar ya sería uno de los Cuatro Duques, aunque aún quedaban dos horas. Dante decidió levantar al príncipe una hora antes, para así poder prepararlo para aquel día, al fin y al cabo, iba a ser su deber desde aquel momento y en adelante.

Los primeros hilos de luz comenzaban a colarse por las contraventanas de los aposentos del príncipe, y el reloj ya marcaba las siete de la mañana. En vista de que Alacor no se levantaba, Dante fue a hacerlo. Corrió con suavidad las cortinas del dosel y se halló al príncipe acurrucado en la gran cama. Dante no lo vio en un primer momento, pero el príncipe estaba sudado, ¿había tenido calor? Tendría que preguntarle para solucionarlo, en caso de ser así. Además, su cara, de vez en cuando, sufría algún espasmo: fruncía el ceño, apretaba los ojos.
—Alteza, ¿os encontráis bien?
No hubo respuesta, Alacor seguía dormido, aunque no parecía muy plácido.
—Alteza, ¡alteza! Es de día, tenéis importantes asuntos que atender.
El príncipe abrió un poco los ojos, parpadeando para adaptar la vista.
—¿Al... bus? —balbuceó.
Dante contuvo la respiración. Albus había sido el Corazón de León de su padre, el rey Leónidas V, y debía ser este el que normalmente lo despertaba. Dante recordaba a Albus de distintos seminarios y lecciones en la Academia.
—No, alteza. Soy Dante, vuestro Corazón de León.
—Ah... Dante. —Este último no supo distinguir si en su voz había decepción, pena o una mezcla de ambas.
—Hoy es la reunión con los nobles, alteza, y también la Ceremonia de Nombramiento. Debéis prepararos.
—S-sí...
Alacor se levantó y se dirigió a la ventana. Echó un vistazo por las rendijas antes de abrir las contraventanas y se cegó momentáneamente. Dante no pudo evitar sonreír ante la cotidianidad de la escena.
—No os preocupéis, alteza, ya las abro yo. Tened cuidado al levantaros, pues resulta difícil adaptar los ojos a la luz de una forma tan repentina. —dijo mientras se acercaba a las ventanas y dejaba que entrara algo más de luz.
—S-sí, gracias. —Alacor se frotaba los ojos, sacándose alguna legaña.
—¿Habéis pasado calor esta noche, alteza? Os habéis levantado perlado de sudor.
El príncipe pareció darse cuenta en ese mismo momento. Se miró y se quedó algo sorprendido. Suspiró.
—En absoluto, no os preocupéis.
—Preocuparme por vos es mi deber, alteza. Tan solo tenéis que decirme cualquier cosa que os aflija u os moleste. —contestó Dante, con seriedad.
—Gracias, Dante —le ofreció una sonrisa febril—. Debería tomarme un baño, tengo que estar presentable al fin y al cabo.
—Ya está preparado alteza, he ordenado a los criados que os lo prepararan todo mientras todavía estabais durmiendo. Tan solo os ruego con toda mi humildad que no tardéis demasiado, pues he sido informado de que el Duque de Fayl llegará en una hora.
—De acuerdo, os lo agradezco, Dante.

Sucesor a la Corona Where stories live. Discover now