Capítulo 2

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Los criados y las sirvientas empezaron a correr en todas direcciones: se había convocado la Elección con máxima urgencia y el príncipe había dado como plazo una hora como máximo. Eso era una locura, pues tales ceremonias acostumbraban a prepararse con varios días de antelación, normalmente en la semana anterior a la que el heredero de la corona cumpliese la mayoría de edad. Todo el trabajo que se hacía en siete días tenía que hacerse en ese preciso instante; ya había costado sacar al príncipe de sus aposentos, sería un auténtico horror que la ineficacia o el incumplimiento de sus órdenes fundamentaran otro encierro.
Y sin embargo, algunos de los preparativos ya estaban hechos, pues a pesar del ataque de pánico de Alacor, los engranajes que movían el resto del castillo, seguían girando: los cocineros seguían pensando los platos que prepararían para aquella noche, los criados y las sirvientas limpiaban... Y también empezaron a realizarse los preparativos necesarios para la Elección. Aunque, evidentemente, de nuevo, concentrar el trabajo de una semana en un día y, concretamente, en una hora, resultaba asfixiante.

La Elección tenia su propia Sala dentro del castillo que recibía el mismo nombre: la Sala de la Elección. Simple, pero sin más florituras y, de hecho, se convertía en una de las cámaras más importantes para el que iba a ser futuro rey, pues ahí sería donde escogería a su fiel acompañante, guardián, maestro, tutor e, incluso, amigo.

La historia de los Corazones de León venía de lejos, de siglos atrás. Hubo una época en que los reyes de Calón no tenían una "mano derecha", un guardián que los siguiera a todas partes y les evitara cualquier peligro. Eso no significa que los reyes estuvieran desprotegidos, ni mucho menos, gozaban de una guardia personal que iban con ellos a todas partes, aunque no con la misma cercanía o lealtad que profesaba un Corazón de León. No, el primero de todos fue el del rey Linden, Lin "el Cándido", cuyo apodo obtuvo del hecho de que, a pesar de ser muy sabio, era muy despistado e inocente. En una ocasión, el rey salió a pasear por sus jardines, solo, y decidió ir más allá, e ir a los campos que se extendían detrás de la ciudad. Fue ahí donde radicó su error, pues unos bandidos que asaltaban a mercaderes le dieron un feo golpe en la cabeza que le hizo desmayarse. Cuando despertó se hallaba lejos del castillo, y unos ojos apacibles, pero vivos, se abrieron al ver que recobraba el conocimiento.
—¡Al fin despertáis! ¿Os encontráis bien? ¿Estáis herido?
—Mi... Cabeza. Duele.— Fue lo único que alcanzó a decir el rey.
—Sí, por aquí transcurre una ruta comercial, y es habitual ver bandidos por aquí. Estaba tensando mi arco cuando he visto el carro de esos rufianes pasando. Parecían alarmados, así que he decidido detenerlos. En cuanto les disparé una flecha, el carro se tambaleó y cayó, y ellos salieron por patas. Cuando llegué os encontré allí tirado, espero que la caída no os haya afectado.
—Dormía, no creo que me hayáis hecho más daño que el que me hicieron ellos. Os agradezco que me hayáis rescatado, ¿cuál es vuestro nombre, noble caballero?
—Me llamo Alexander y por favor, no me llaméis caballero, pues no lo soy.— dijo, con una pequeña reverencia.
—Está bien como deseéis. Por otra parte, quería formularos una pregunta. ¿Sabéis, por un casual, quién soy?
Alexander se quedó perplejo ante esa pregunta. El rey, quien parecía no recordar que lo era, lo miraba con sus claros ojos.
—... Me temo que no, simplemente sé que aquellos bandidos trataban de secuestraros, aunque no sé con qué fines.
—Mmmm... ¿y dónde me hallo?
—Esta es mi cabaña, nos hallamos en Henabia, a una distancia prudencial de la capital real.
—¿Qué es Henabia?— El rey Lin se rizaba un mechón de su pelo con el dedo.
—¿No sois de Calón? Es una de las regiones en las que se encuentra dividido el reino.
—¿Calón?
En ese momento Alexander creyó que no debía presionar más. Estaba claro que aquel joven estaba teniendo problemas para recordarlo todo, incluyendo lo relativo a su identidad.
—Parece ser que no os acordáis de mucho, ¿no es así?
—No andáis errado, no.— Parecía pensativo.
—En ese caso, dejad que os intente ayudar.— dijo Alexander, tendiéndole una mano y sonriéndole.

—Alteza.
Alacor se giró, volviendo de su ensimismamiento.
—Está todo listo.
El príncipe se dirigió a la Sala de la Elección. Esta se disponía en forma circular, con varias columnas, en las que se hallaban impertérritos guardias reales, y con unos ventanales de vidrieras de colores, que iluminaban unos puntos concretos en el suelo. Eran los lugares donde debían situarse los candidatos. Al final de la cámara había un sillón semejante al trono real, iluminado por su propio ventanal, más grande y más resplandeciente que los otros; una metáfora que pretendía transmitir que a pesar de que otros fueran agraciados o escogidos, el rey seguía siendo el adalid del pueblo. Alacor tragó saliva, nervioso, porque pensaba que esa elección la realizaría con su padre al lado. Ese no iba a ser el caso, y no podía permitir que eso nublara su juicio, de modo que se sentó y dio la orden.
—Que pasen los candidatos.
Los portones de la sala se abrieron de nuevo. Alacor ya conocía el procedimiento: iban a pasar los tres candidatos, en orden, del que se consideraba "más cualificado" al que se consideraba que lo era "menos". La verdad era que, a pesar de que existía dicho orden, los tres candidatos eran la élite de la élite de la Academia de Guardianes y, por lo tanto, iban a ser óptimos, a pesar de que se considerara que uno podía resultar algo mejor o peor que otro.
El primero en entrar fue un chico joven, alto y con un pelo lacio y rubio, tan solo algo más largo que el de Alacor. Sonreía radiante mientras entraba con seguridad y firmeza, situándose bajo la luz que emitía la primera vidriera.
—Gláucio Chariton Falkenrath— anunció el criado que le acompañaba—. 29 años, lleva preparándose en la Academia desde los quince, de modo que lleva entrenándose catorce años. Procede de una familia de burgueses de la región de Henabia, de las tierras del Conde de Lokia. Gran dominio de armas, grandes dotes de mando y una técnica espléndida.
Gláucio le dedicó una mirada al príncipe, lo reverenció y flexionó una rodilla hasta que esta tocó el suelo. Esa era otra de las partes del rito de la Elección: una vez presentado cada candidato debía situarse de la misma forma, que era arrodillado con una rodilla y con la cabeza hacia abajo. De ese modo, ninguno de los candidatos sabría cuál iba a ser el elegido, hasta que el rey se situara delante de él y le tocara la cabeza.
De nuevo volvieron a abrirse los portones, y entró un hombre, algo mayor que Gláucio, pero todavía joven. De una estatura menor, pero a la que Alacor todavía tardaría en llegar, y con un pelo muy corto y del color del fuego. Entró con el rostro serio, expresión que se suavizó al encontrarse su cara con la del príncipe. Le dedicó una media sonrisa y se puso bajo la luz que emitía la segunda vidriera, como si formara parte de un protocolo que ha había seguido.
—Randolf von Krimul—dijo otro criado—. 31 años, lleva preparándose también desde los quince, lo que suma un total de dieciséis años entrenando. Hijo del Marquès de Krimul con unas dotes de mando y estrategia inigualables.
Randolf también lo reverenció, mecánicamente, y se situó en la misma pose que Gláucio. Alacor pensaba en que sólo quedaba un candidato cuando se abrieron los portones de nuevo. En esa ocasión, entró un chico mucho más joven que los otros dos candidatos, tenía los ojos de color ceniza y un pelo del color del azabache, y algo en punta. Mira a alrededor curioso, hasta que se situó en la luz que emitía la tercera vidriera, y reverenció al príncipe con una leve sonrisa.
—Finalmente, Dante Durand—dijo un último criado que, dudando, añadió:— 20 años. Lleva preparándose desde los... Ocho años, lo que significa que lleva entrenando doce años. Manejo sublime de cualquier tipo de arma, aunque con especial predilección por estoques y armas de fuego.
Alacor oyó un murmullo en la Sala. Los guardias que estaban en las columnas cuchicheaban entre ellos, y era normal: era la primera vez que se presentaba un candidato tan joven, teniendo en cuenta, precisamente, que la mayoría de edad se alcanzaba con los veinte años. A pesar de todo, no era la primera vez que ocurría algún suceso anómalo: una vez llegó a haber hasta cuatro candidatos y otra, una de los candidatos era mujer, lo que escandalizó a muchos guardias.
—Silencio.—ordenó Alacor, algo irritado.
Tras una breve presentación inicial, Alacor fue informado algo más en detalle de proezas y triunfos de los campeones que se hallaban ante él. Prestó especial atención, pues esa decisión era totalmente personal, y no podía confiar en nadie más que lo pudiera ayudar a escoger. Era él y sólo él.
—Es suficiente. Ya he tomado una decisión.
En cuanto escucharon las palabras del príncipe, los tres candidatos miraron hacia el suelo. Todavía se veía alguna de las luces que emitía cada una de las vidrieras, a pesar de las sombras de los candidatos. Si las miradas perforaran, el suelo de esa Sala tendría tres característicos agujeros. Pasos. Más pasos. Aún más pasos. Y de repente, un contacto suave en la cabeza.
—Alzaos, pues yo os he escogido. Alzaos y servid a vuestro soberano. Alzaos y que las luces muestren a mi próximo Corazón de León, Dante Durand.

Sucesor a la Corona Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon