II

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— Anne, cariño, ¿cómo va a ser eso? —me preguntó Maialen con su dulzura característica y la incredulidad tallada en su mirada.

— A ver, Anne, dime qué tipo de sustancias químicas te has metido en ese cuerpo porque lo que se dice del coco, muy bien no estás ahora.

No me creían y yo ya sabía que esto pasaría. Qué ridícula podía llegar a ser. Me hice con los cojines más cercanos y se los tiré con todas mis fuerzas. Como no tenía ni potencia física ni puntería, se desviaron del objetivo. Mierda. Me hice con el último que tenía a mi alcance y, para mi sorpresa, este dio de lleno en la cara de Eva. ¡Bingo!

— Eh, eh, eh —empezó a quejarse —. No te he hecho nada para recibir este ataque gratuito.

— ¿Que no? Te odio tanto a veces, eres una capulla —marmullé.

— No confundamos términos, en todo caso soy familiar de los Capuleto.

Puse los ojos en blanco y me eché a reír, acompañada de Maialen y su risa mágica.

— Qué teatrera eres, se nota que estudias arte dramático, so dramática.

— Romeo y Julieta es LA obra por excelencia de todo curso de teatro.

Maialen carraspeó para que volviésemos al momento.

— Siento interrumpir, pero hay cartas que poner sobre la mesa. Maitia, explícanos eso del reflejo porque me has dejado intrigada. Prometo expandir mi mente tanto como la inmensidad del universo para entenderte y no mofarme—me cogió la mano y me dio un leve apretón.

Miré a Eva esperando una reacción, aunque fuera mínima, para sopesar si debía seguir con mi perorata o simplemente afirmar que había sido una broma. Justo en ese momento se escuchó el correteo de unas pesadas pisadas en el parqué y un ladrido ensordecedor.

— ¿Ves? Hasta Murphy quiere saberlo —constató su dueña acariciándolo.

Me reuní con mis pensamientos y mantuve una larga conversación con ellos en unos pocos segundos. Cuanto más reflexionaba, más surrealista me parecía aquello. Empezaba a pensar que aquel reflejo lo había soñado. Pero, ¿era posible soñar con unos ojos tan vívidos, tan reales, tan intensos? Sentía que aquellas pupilas se me clavaban en la nuca y un escalofrío recorrió todos los poros de mi cuerpo. ¿Era ese reflejo una ilusión? ¿Una sombra? ¿Una ficción? Era mi mayor bien, pese a ser pequeño. ¿Podía ser sueño en vida? ¿Vida en sueño? Todo el mundo que haya leído a Calderón sabe que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Sin duda, aquel reflejo era mi soñado ensueño, lo que se convertía en mi vida, o al menos esta efímera vida que me había construido por el fulgor que aprecié en los cristales del metro. ¿Cuál era el límite entre realidad y ficción? Estaba enloqueciendo como Alonso Quijano, convirtiéndome en una Anne quijotesca. Aquello no iba a acabar en buen puerto si seguía haciendo castillos en el aire.

— Se nos ha ido a otro planeta. La hemos perdido.

— No, no. Estoy aquí —confirmé volviendo a aquel espacio.

— ¿Entonces? ¿Nos explicas?

— Eh...esto...no sé.

Mis amigas abrieron los ojos como platos, Eva pasó del desconcierto a fulminarme con sus ojos oceánicos.

— Anne —el deje de su voz dejaba entrever una amenaza encubierta.

— Nos estás tomando el pelo, ¿no?

— No, no. Os juro que vi un reflejo y ha sido el mejor que he visto en mi vida. Solo que ahora que ha pasado el tiempo me estoy rayando y no sé si mi percepción me ha confundido, o si el cansancio me ha hecho imaginar cosas, o si realmente lo he visto o no. Creo que sí, pero ya me habéis hecho dudar. No sé, estoy muy confundida ahora mismo. Aunque sí os digo que esos ojos verdes me persiguen, así que debe ser cierto, ¿no?

— Ay, Annecita, ¿no habrá sido el reflejo de tus propios ojos?

— Esta vez estoy de parte de Maialen.

— ¡¡QUÉ!! —exclamé sorprendida porque no había considerado aquella opción. ¿Podría ser eso?

— Murphy, ¿tú qué piensas?

El aludido ladró y correteó entre nosotras, embardurnándonos con su saliva con cada lengüetazo que nos regalaba.

— Murphy también piensa que esos ojos son los tuyos. Ay —la chica sonrió de oreja a oreja—. No hay nada más bonito que enamorarse de una misma. Es lo mejor que has podido hacer, pequeñita.

Asentí, dándoles la razón, aunque en lo más profundo de mi corazón sabía que esa mirada aceitunada pertenecía a otra persona. Lo dejé estar y busqué el pastel para celebrar el cumpleaños de mi amiga.



Los días pasaron sin más novedad. A veces, cuando andaba por la calle y veía mi reflejo en las vitrinas de las tiendas, me paraba a observarme y a recordar el reflejo que se iba desdibujando en mi memoria. Lo estaba olvidando. Quizá fuera lo mejor, aquella insana obsesión iba a acabar conmigo. Pero por mucho que lo intentara, esa mirada no me abandonaba, se asomaba en los charcos que tan felizmente saltaba en los días de lluvia, en el café de las mañanas, en el espejo de mi casa; en cada objeto que tenía sus propios ojos. Pasaron más días, y aquel verde antes intenso fue perdiendo color hasta llegar al baúl de lo casi olvidado que almacenaba en mi memoria. 

Una tarde noche, después de todo el día trabajando, me adentré en la boca de metro para ir a mi lugar favorito: el parque. Andaba frenética y salvajemente. Estaba agobiada y frustrada conmigo misma, la cantidad de trabajo que había descuidado me traía de cabeza. ¿Por qué era así? Era experta en postergar todo lo que contuviera algún mínimo grado de responsabilidad y esto traía consecuencias. El malhumor me corría por las venas. Visualicé mi parque para intentar calmarme; necesitaba desconectar y aquello solo lo conseguía yendo hacia allí, sentándome bajo un sauce y contemplando el lago mientras escuchaba música.

Bajé las escaleras de dos en dos, corrí por los túneles esquivando a todo el mundo, centrada en llegar a mi meta lo antes posible. Estaba a nada de llegar al andén cuando oí una melodía que me era familiar y percibí por el rabillo del ojo algo que me hizo detener bruscamente. Alcé la cabeza y conduje la mirada hacia el lugar de donde provenía la música. Caí en la cuenta. No podía ser, ¿cómo no pude reconocerla la otra vez? En las paredes volvía a rebotar una melodía simplificada, tanto que solo constaba de una guitarra adherida a una base, de Arrival of the birds. Miré las manos que tocaban el instrumento, fui recorriéndolas como si fuera un bichito hasta llegar a su cabeza. Sentí cómo de mis pies salían raíces que me ataban al lugar. El reflejo que había visto, el reflejo que encarcelé en mi mente y que por poco olvido, ya no era un reflejo. Ahora el reflejo era una persona de carne y hueso, un él. Dejó de tocar repentinamente y sus ojos verdes caramelo se clavaron en los míos. Me sentí árbol y noté cómo de mis ojos caían hojas caducas que se arremolinaban a sus pies. Había caído rendida a su esencia, a su música, a él. Sonrió y mi interior tembló. ¿Qué me estaba sucediendo? En ese instante no sabía ni por dónde me daba el aire.

Tu ReflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora