IV

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 Fui deshojando los días que se marchitaban, uno tras otro, hasta que me quedé con las manos vacías de tiempo. Tan solo el eco de las manecillas del reloj llenaban el espacio donde me encontraba, estallando en las paredes, haciéndome temblar de emoción. No podía creer que el día hubiera llegado. Me desesperecé como pude, aún somnolienta después de la siesta, pero con un claro nudo en el estómago. ¿Por qué me sentía así? ¿Por qué? Miré rápidamente mi móvil y vi mensajes de Eva y otros amigos. Una vez hube terminado de leer todo, sin responder a ningún chat, me preparé una tila cargada de miel. Aquello me iría bien.

 Minutos más tarde escuché un aporreo constante y decidido en la puerta. Enarqué las cejas, reflexionando si esperaba a alguien y caí en la cuenta de que no era el caso. Me levanté, curiosa como un gato, y me dirigí a la puerta. La abrí y lo vi ahí, una cálida sonrisa alumbrando su cara, un café en la mano.

— Anda, pasa, no te quedes ahí —le invité, él entró y me depositó un beso en la mejilla.

— ¿Cómo estás?

— Queriendo saber qué haces aquí.

— ¿No puede un amigo hacer una visita sorpresa o qué?

— No me fío ni un pelo de ti.

Puso los ojos en blanco y me despeinó para luego sentarse en el sofá.

— Por si te lo preguntabas, estoy bien, un poco rayado pero bien, gracias.

Resoplé y me senté a su lado, sintiéndome fatal, y más sabiendo que algo no marchaba bien para él. Descansé mi mano en su rodilla, dándole un leve apretón para infundirle ánimos.

— Lo siento, Javy, debí preguntarte. ¿Qué te pasa?

— Verás, es que... —negó con la cabeza, enterró la cara entre sus manos y su cuerpo comenzó a convulsionar. Me quedé paralizada. ¿Estaba llorando? Algo muy gordo debía haber pasado para que él, la felicidad personificada, se hundiera en la miseria —Javy, me estás preocupando. ¿Qué ha pasado?

Se reincorporó y lo que vi me dejó con la cara descompuesta. ¡¡Sería cabrón!!. Me puse en pie de un brinco, puse los brazos en jarra y le lancé un arroyo de miradas fulminantes que tenían como objetivo helarle la sangre.

— Te parecerá bonito, ¿no? Yo aquí preocupada pensando que te pasaba algo y tú ahí descojonado de la risa y ni siquiera sé por qué.

— Es que se me ocurrió meterte una trola pero solo de pensarlo me ha entrado la risa. La he pifiado yo solito —bufé con aquello—. Ahora en serio, Anne, esta tarde vas a tu cita, ¿no?

— NO es una cita. Y no sé. Estoy dudando ahora.

— Perfecto porque tengo una noticia: voy a ir contigo para comprobar que te presentas allí. Si no lo haces te arrepentirás y mi conciencia no quedaría tranquila sabiendo que yo podría haberlo evitado.

Lo miré, atónita, y respondí:

— ¿Pero tú estás loco?

— Loco de curiosidad por conocer a mi futuro cuñado.

— ¿Ni le conozco y ya quieres que sea mi novio? ¿Y si es un asesino?

— Qué exagerada. En todo caso es un ladrón. Uno muy bueno en lo suyo, también te digo, porque ha conseguido robarte el corazón y sin adentrarse en el universo Anne, o en el Anneverso como prefiero llamarle.

— Eres tan tonto, de verdad.

— Pero me quieres

— ¿Cómo no quererte? Si a pesar de todo eres un cachito de pan.

Tu ReflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora