REHÉN

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Ella entró a casa muy furiosa. Todo el día todo había salido muy mal, lo que la sacaba de casillas totalmente.
¡Mierda! -se reclamaba- ¿Nada puede salir bien una vez?
"En mi guardia, harás lo que diga, cielito"
Cállate -ordenaba, temerosa.
"¿O qué? -se mofaba su omega- ¿Te crees con voluntad para algo?"
Detestaba que sus planes no se dieran a cabalidad. Claro, no es como si todo en la vida saliera bien, aunque eso no era motivo para una hecatombe de posibilidades.

A pesar de que maldecir  las posibilidades era su deporte favorito,¡Qué motivo tenía fallar cada maldita vez!.

"Hasta que hagas lo que te diga, ahí quizás discutiremos tu libertad"

El gato se apartó de su camino al verla arrojar su mochila escolar al lado de la puerta. 

Su padre, un alcohólico que estaba medio ausente, medio muerto, la miraba con curiosidad desde su sillón en la sala.

-¿Qué pasa ahora, Amanda? -tomó un trago de la botella que sostenía en su mano, un brillante líquido ambar dando vueltas en vértice, parecía la felicidad líquida.

"Yo no existo"

-Nada, padre. -tranquilizó ella a su padre, sabiendo las consecuencias de desobedecer a Daniela- Sólo otro día pesado en la escuela, ya sabes.

"Bien, mascota, continúa así."

Eso llenó la paciencia de Amanda, que comenzó a llorar, contándole toda la verdad a su padre. Sobre Daniela, los asesinatos, los robos, y las trampas mortales que ponía por diversión. También le contó sobre las muertes de su hermana y madre, que el auto no había fallado, sólo que ella cortó los frenos por diversión. Así con las muertes de todos los vecinos, hasta que en el barrio los únicos seres vivos eran ellos. Las mascotas también.

Sólo su gato se había salvado, Álex, porque Daniela le traía una taza de sangre de cada víctima, que Álex disfrutaba mucho.

Amanda lloraba confesándose con su padre, relatando cómo Daniela sr apoderó de ella, sin siquiera dudarlo.

Era un rehén en su propio cuerpo.

Y ya no más.

Su padre estaba en shock, dándose cuenta que la muerte de su esposa no e hija no fue su culpa. El auto no estaba en malas condiciones, nunca lo estuvo.

Su hija era una asesina en serie.

Y ella mencionaba a una tal Daniela, que la obligaba a hacer esas cosas. Él sabía que ella mentía. Eso no era posible. Amanda estaba loca, eso era.

También sabía, que él era el siguiente.

Así que la mandó a su habitación, con la promesa de que al día siguiente buscarían ayuda profesional. Ella recogió su mochila de la puerta, el gato en pos de sus pasos.

Amanda estaba muy preocupada. Se había sincerado con su padre, y por una vez, en 19 años, Daniela estaba en silencio. Pensó que era un cambio para bien. Pero su corazón no dejaba de latir con impertinencia.

Esa noche, una vez que su padre verificó que Amanda estuviera dormida, subió silenciosamente las escaleras, escopeta en mano.

Nunca, en los últimos cinco años, había estado más sobrio.

Ahora, no le sobraba coraje para apretar el gatillo.

Abrió tranquilamente la puerta de la habitación de su hija. Sus manos estaban frías, presintiendo lo que pasaría en cuestión de segundos. Sudor bajaba por su espalda. Se sentía rígido, con ganas de mandar a su primogénita al mismo infierno.

Ya enfrente de la cama de Amanda, apuntó al bulto debajo de las cobijas. Vació el arma sin pensarlo, disparo tras disparo, caían las lágrimas de aquel viejo rostro.

Con el último disparo, se fijó en que sólo salía relleno de la cama. No salía sangre, o algo parecido. Su ira estaba extinta, con ella la venda que lo enceguecía. Empezó a pensar con claridad.

-Muy tarde, padre. -susurró una voz que no pertenecía a Amanda, acompañada de un cuchillo en la garganta del hombre. Uno de carnicería, que atravesó limpiamente el cuello.

Un ruido sordo hizo eco en la habitación. La escopeta estaba en el suelo.

El gato apareció en la puerta, acercándose en el momento que cayó el cadáver. La sangre salía cual agua corriendo en el río.

Con la misma sed de un caminante por el desierto, el gato empezó a tomar de la sangre.

Daniela, usando el cuerpo de Amanda, se agachó para acariciar al gato. Con la camisa de su padre, limpió el cuchillo.

-Lucifer, ven amor mío, tenemos que irnos. -esa voz no pertenecía a Amanda, sino a Daniela, que tomó a la dueña, haciéndola prisionera en su propio cuerpo.

Una rehén eterna, de pensamiento y acción, hasta de su corazón. Quien estaba condenada, a ser espectadora en su cuerpo, con una asesina al volante.

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⏰ Last updated: Aug 11, 2020 ⏰

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Cataleya: Cuentos para dormir #1Where stories live. Discover now