Estoy sentada en la sala principal. El reloj de pared (en realidad el único reloj de este maldito lugar) marca las 3:43 de la tarde. Cordelia duerme. Después del regaño de Sor Shelly, tuvo una crisis. ¿No lo he mencionado? A Cordelia la internaron por anorexia y depresión. Y yo, como la buena amiga que soy, me la paso metiéndola en líos que le hacen perder los nervios y decaer.
Excelente trabajo Reagan.
Por otro lado, estoy 98% segura que el problema de Cordelia se ha agravado durante su estadía en Procul, como el de casi todos los internos.
Incluyéndome.
En casa, mis episodios de sonambulismo se daban cada mes. En Procul, se dan cada semana, al menos dos veces.
“Reagan”
Escucho a alguien diciendo mi nombre. La voz masculina es grave, profunda, melodiosa y dulce. Y dice mi nombre de una manera tan… provocativa. Lentamente, como si disfrutara decir cada sílaba de mi horrible nombre.
Me levanto y voy en busca del dueño de esa voz.
Me guía hacia el último piso del edificio 2, el edificio más alto, adyacente al principal. He estado muchas veces en este lugar, pero esta vez se ve diferente…
La azotea, que antes era solo cemento y piedras, se había convertido en un hermoso jardín. Tenía rosas de todos los colores, girasoles y orquídeas. Me acerque con cautela a la única rosa roja del lugar. Al tocar uno de los pétalos, me percate que no era roja naturalmente, la habían pintado.
Pero aquello no era pintura.
Era sangre.
Era mi sangre.
Miré mis manos alarmada, viéndolas cubiertas de sangre, sangre que salía de algún lugar de mi cuerpo que no podía reconocer. Empecé a llorar de desesperación, mientras la sangre caía poco a poco, gota a gota, de la rosa. Solo para dejar al descubierto su verdadero color.
Negra.
Y de repente todo se desvaneció.
El jardín.
La azotea.
El mundo.
Todo.
Sólo quedamos la rosa negra y yo.
Desesperada, noté como ya no eran solo mis manos que estaban llenas de sangre. Toda yo estaba, literalmente, bañada en sangre. Me dieron nauseas y quise correr, pero mis piernas no iban a donde yo quería que fueran, era como si alguien más me estuviera controlando como un títere. Como si mi vida fuera una película de terror, de esas que si dan miedo, y no soy yo quien la dirige.
Hasta que sonó la voz y me devolvió la calma. Estaba en el jardín de nuevo. Ya no había rosas negras, ni rojas.
“Ven Reagan, no tengas miedo.”
No lo tenía. A pesar de no saber de donde ni de quien provenía esa voz, me sentía segura.
Sentía que podía volar.
Quería volar. E iba a hacerlo.
***
Me desperté en mi habitación completamente blanca.
Debían ser alrededor de las seis de la tarde.
Fui al bañarme, me sentía sucia por alguna razón.
Luego de una larga ducha, salí y me vestí con la ropa del manicomio que consistía en un pantalón ancho, una blusa de manga larga y una delgada chaqueta, completamente blanco, igual que todo en ese lugar. Se suponía que debía traerme calma, pero lo único que hacia tanta claridad era marearme. Combina una tez tan pálida como la mía, cabello rubio, ojos café claro, contextura delgada y vistéla de blanco. ¿El resultado? Un cadáver.
Salí con la intención de averiguar algo de Cordelia cuando me informaron que el Dr. Bennett me necesitaba en su consultorio urgente así que, algo frustrada, cambie mi rumbo dirigiéndome a donde el señor.
La Institución mental Procul esta dividida en tres pabellones; el primero constaba de dos edificios, el edifico principal donde se encuentran las oficinas, consultorios y admisiones, el segundo era donde se encontraba las llamadas “zonas de esparcimiento” la cafetería, la biblioteca, la sala de televisión y la sala de juegos. El segundo pabellón era para los enfermos de categoría o clasificación I y II, son aquellas personas que fueron internadas por problemas como drogadicción, alcoholismo, tendencias suicidas y problemas que si bien atentaban contra su vida, no representaban un mayor problema para la sociedad. Los internos del pabellón dos eran conocidos por sus cortas estadías y rápidas “recuperaciones”. El pabellón tres, que constaba de cinco edificios conectados por túneles y puentes, de seis pisos cada uno, con treinta habitaciones por piso, era conocido como el “pabellón delirium” pues era donde se alojaban los internos con problemas como la esquizofrenia, trastornos de mayor gravedad, enfermos que eran un peligro para ellos mismos y los demás. Era un pabellón de alta seguridad. Los internos estaban vigilados todo el tiempo y para dirigirse a otros edificios, debían ser escoltados. Por supuesto, era mi pabellón.
Ademas de los tres pabellones, Procul tenía una zona exterior, en donde se encontraba la huerta, algunas mesas de picnic y dos canchas en muy mal estado, una de fútbol y otra de baloncesto.
El consultorio del Dr. Bennett quedaba en el pabellón uno, así que le pedí a Carl, el único guardia de mi agrado, que me acompañara.
Al llegar, iba a tocar, pero el doctor advirtió mi presencia antes de hacerlo.
El Doctor Charles Bennett, jefe del departamento de psicología de Procul, era un tipo desordenado, borracho y estaba más loco que todos nosotros. En resumen, me caía muy bien. Era con el único psicólogo que estaba dispuesto a hablar.
–Hola Reagan.
No respondí.
–Te llame… porque quiero que hablemos de tu episodio de esta tarde.
Sus palabras me dejaron confundida. ¿Qué episodio?
–¿De qué habla doctor?
–Sabes que puedes llamarme Charles.
Suspire.
–¿Qué episodio, Charles?
El doctor me miró con cierta preocupación.
–De ti, en la azotea, tratando de suicidarte.
***
Después de una larga y agotadora charla (mejor interrogatorio) con Charles, fui a buscar a Cordelia, acompañada claro esta de Carl.
El dr. Bennett me había dicho que me habían encontrado en la azotea, a punto de lanzarme a una muerte segura, gritando cosas en otro idioma, pero después hubo calma y pensaron que ya había despertado, hasta que dije fuerte y claro:
“Quiero volar”
Fue en ese momento en el que Carl me agarro.
Llegue al pabellón dos, donde residía Cordelia, aun dudando en contarle la espeluznante historia, cuando vi a un muchacho, alto, de ojos verdes y cabello castaño. Bastante guapo. Iba acompañado del sr. Cardiff, quien se detuvo frente a nosotros.
–Ella es interna del mismo nivel que tú, Ed. –dijo el enorme hombre dándome una mirada despectiva.
Sonreí de manera cortés a aquel joven.
–Soy Edmund. Edmund Flint.
Su voz me dejo sin aliento. De repente recordé todo, el jardín, la rosa negra, la sangre. Todo.
Era de él. Su voz era la que me había llamado.