1° de Septiembre de 1936

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El tren de Hogwarts acababa de arribar en la estación de Hogsmade. El guardabosque de aquel entonces, un hombre calvo que aún estando encorvado no perdía altura, llevaba en su mano una farola que contenía en su interior una vela, y en la otra tenía una varita con la cual se apuntaba a la garganta. Susurró Sonorus y de repente cuando habló, su voz resonó en la estación.

—¡Los de primero aquí, por favor! ¡Los de primero conmigo!—su voz era nasal y estridente. De todas formas, aunque no tuviera el hechizo, se habría escuchado bien.

Todos los niños y niñas de once años desfilaron por el sendero hacia el lago, donde deberían armar grupos de cuatro chicos para navegar hasta el castillo.

Una niña pequeña, de rostro severo pero confiable era la tercera en la fila de alumnos de primero. Llevaba el cabello castaño recogido en un perfecto rodete y caminaba con los brazos cruzados delante del pecho. Sos entrecerrados ojos azules iban clavados en la enorme institución que se elevaba al final del lago, tratando de imaginar que sorpresas le esperarían allí adentro. Sus padres no habían dicho nada acerca de dónde iría. Ella había averiguado por si sola, en sus libros; el que más le había interesado era “Historia de Hogwarts” donde se contaba toda la historia de los cuatro magos creadores del colegio, y la misteriosa Cámara de los Secretos todavía sin descubrir, construida para liberar al monstruo que habitaba dentro al llegar al colegio el heredero directo de Salazar Slytherin.

Cuando llegó a la orilla, un niño la dejó subir primera, pero cuando estaba por dar el primer paso dentro del bote otro niño pasó velozmente a su lado y la empujó. La pequeñita lo observó con la mirada ceñida, y los labios en línea recta. Estaba conteniendo la ira. El niño se sentó en el bote y puso a su lado una farola como la que tenía el guardabosque. Esta le iluminó el pálido rostro envuelto en una prolijamente peinada cabellera rubia platinada, acompañada a la perfección por dos ojos ámbares parecidos a los de las lechuzas.

—Hola, soy Eleazar Malfoy, hijo del poderoso Ministro de Magia Albert Malfoy. Este es mi bote, por favor búsquense otro que no esté ocupado—la voz del niño era aguda y no dejaba de sonreír mostrando sus perfectos dientes blancos.

El niño que había dejado pasar a la pequeña se quedó callado y comenzó a mirar hacia los costados. Pero ella no se quedó callada.

—No nos iremos. Tenemos que viajar al castillo de a cuatro, y en este bote, por lo que veo, sólo hay una persona. Así que con permiso—ella, decidida dio un paso para subirse al bote pero Eleazar empujó el bote y la niña le erró al borde, por lo que fue a parar al agua. Gracias a Dios no era profundo, pero había sido suficiente para que quedara empapada.

El niño que estaba aún fuera del bote la ayudó a salir del agua, y la pequeña enojada comenzó a elevar la voz a medida que hablaba.

—Suficiente. Sal de este bote. Nosotros lo encontramos primero, y si no quieres compartir un bote te sugiero que te bajes—con sus finos brazos agarró el borde del bote y lo atrajo hacia la orilla.

Todos los niños habían dejado de hacer lo que estaban haciendo para mirarlos a ellos. Eleazar se reía a carcajadas mientras la pequeña con la cara crispada de rabia se escurría la túnica mojada y el pelo ya suelto. El guardabosque se acercó a ellos y habló.

—¿Qué está pasand…—pero antes de recibir una respuesta todos los niños se taparon los oídos y algunos gimieron. El guardabosque se rió y con un Finite Incantatem eliminó el efecto de volumen alto en su voz—Lo siento. ¿Qué esta pasando?

—Lo que pasa es que el señor Malf…

—Lo que pasó es que la pequeña se cayó del bote y como yo lo agarré primero cree que fue mi culpa—Eleazar interrumpió a la niña, y el guardabosque tampoco la dejó empezar a hablar.

Minerva McGonnagall; Sus comienzos en HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora