6 de Septiembre de 1936

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La mañana de aquel día sábado había amanecido nublada, y podía ver a través de la ventana las ramas de los alejados pinos del bosque empujadas por el fuerte viento que soplaba. Todavía estaban en verano, pero aquel día era propio del otoño. Minerva se levantó de su cama con el pelo despeinado. No se había sacado la trenza para dormir, y tenía su viejo camisón que le quedaba corto en los tobillos. También se había guardado un pijama largo y más abrigado para el invierno. Cuando se desarmó la trenza sintió el pelo grasiento y enredado, y se pasó los dedos por él; le pareció asqueroso así que agarró su túnica, sus zapatos y sus medias y salió de la habitación mientras las demás niñas seguían durmiendo. Bajó las escaleras y entró en la Sala Común. El fuego estaba apagado, el piso impecable y los sillones habían vuelto a sus lugares. La noche anterior el capitán del equipo de Quiddich había anunciado que el domingo serían las pruebas para el equipo, ya que tenían que empezar a entrenar desde muy temprano; y luego del anuncio hubo una pequeña celebración para los niños de primero que acababan de entrar en Hogwarts.

Minerva caminó hacia la salida de la Sala Común, pero en su camino vio un destello azul. Se volteó y observó. Sentado en uno de los sillones, aquel joven estaba con un libro abierto sobre la falda. Había levantado la vista cuando ella pasó por delante suyo sin siquiera notar su presencia. Había estado observándola toda la semana, siempre que podía. No es que la seguía a todos lados, pero siempre que se encontraban en la misma habitación y ella lo miraba, él estaba observándola con atención.

—Buen día, Minerva—dijo el joven.

—Buen día—ella no sabía su nombre, así que después de responder sonrió y se dio media vuelta para marcharse.

—Albus. Mi nombre es Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore. Pero es muy largo—emitió una débil risa.

—Minerva McGonnagall, aunque creo que lo sabe ya.

—Sí, lo sé. Lo dijeron en la ceremonia de selección.

—Tiene razón.

Albus mantuvo la mirada en ella hasta que Minerva decidió irse.

—Con permiso—dijo antes de volver a voltear para encaminarse al baño.

Salió de la Sala Común y finalmente entró en el baño de niñas. Pero una vez dentro de la ducha no podía quitarse el destello celeste de los ojos de aquel joven.

Del baño salió directamente al Gran Comedor, donde todavía pocos alumnos desayunaban y todos los profesores hablaban entre ellos. Minerva vio el cielo cubierto de nubes a través del techo hechizado. Una lástima que su primer día libre en el colegio estuviera envuelto en una capa de nubes grises a punto de soltar la lluvia. En la mesa de Gryffindor había poco chicos, no más de diez, y la mayoría eran de segundo año. Minerva desayunó, y cuando el director Colleman advirtió que algunos de sus alumnos estaban retirándose del Gran Comedor, se paró y habló con su estricta voz.

—Pido que vuelvan al Gran Comedor en cuanto terminen de realizar sus tareas. En unas horas se harán unos anuncios, y necesitamos que todos estén presentes. Hasta ese momento, no pueden salir de las puertas del castillo. Pueden retirarse a sus salones.

Los alumnos en proceso de retirada continuaron su camino. Minerva se moría de ganas de salir a disfrutar del patio. Las puertas del castillo tenían horarios muy estrictos para ser abiertas. Eran una hora por día en la que los chicos podían salir a disfrutar del patio. El problema que había tenido Minerva había sido que el martes, el miércoles y el viernes había tenido clases en ese horario, y el jueves había llovido con mucha fuerza, por lo tanto el director no autorizó a que se abrieran las puertas ni en un momento del día. Y Minerva sabía que ese horario sería para todo el año, por lo tanto los pocos momento que tenía para disfrutar el patio eran los jueves, durante sólo una hora, y los fines de semana.

Minerva McGonnagall; Sus comienzos en HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora