El joven despertó de nuevo en su oscuro dormitorio. La alarma sonaba ese 15 de agosto, a las 12:38. Pesadamente, se levantó de la cama y abrió la ventana, relajándose momentáneamente con el cantar de las aves y el sonido que producían las hojas de los árboles meciéndose con la suave brisa que había esa soleada mañana.
Él suspiró, recordando tantas veces que trató de ayudar a Yashiro sin lograr resultado. Si el tiempo avanzase normalmente, ya podría haber pasado fácilmente un año desde que ese ciclo comenzó.
Suspiró una vez más. Y decidido a volver a intentarlo, se vistió con las mismas prendas, se arregló el cabello como pudo y bajó a la cocina para tomar dos galletas del mismo paquete de siempre y saludar una vez más a su hermano menor.
-Buenos días, Tsukasa-
-¡Buenos días, Amane!- Respondió con una sonrisa. – ¿Vas a salir?- Preguntó al verlo vestido.
-Si... Tengo que volver a intentarlo- Respondió determinado.
-¿Intentarlo? ¿El qué? ¿Es un juego? ¿Puedo jugar?- Insistía el menor con un infantil brillo en sus ojos.
-No es un juego. Quizás la próxima vez, ¿Si?- Respondió el mayor revolviendo los cabellos oscuros del menor y dirigiéndose a la entrada para ponerse sus zapatos. – Nos vemos luego-
-¡Hasta luego! ¡Suerte con lo que pretendas!-
-Gracias Tsukasa... Esta vez lo lograré- Afirmó casi en un susurro.
Una vez se puso sus zapatos, salió de la casa dando un no muy fuerte portazo. Y con una mirada determinada, corrió otra vez hacia el parque.
Una vez llegó, allí la encontró. Con sus mechones ondeando en la brisa, su vestido rosa y blanco, su gato oscuro y sus ojos rubí de mirada nostálgica y triste. Él respiró hondo y se acercó a ella.
-¡Amane-kun!-
-Hola, Yashiro- Respondió sentándose a su lado.
-¡Ah!-Suspiró. – Ya pensaba que me derretiría esperándote aquí. Hace tanto calor. El verano es realmente odioso...- Se quejaba con una sonrisa, mirando al cielo.
-Tienes tanta razón... El verano es... una estación trágica...- Apretó su agarre en las cadenas.
-¿Trágica? ¿Ocurrió algo malo? Sabes que puedes contar conmigo siempre que quieras hablar-
El pelinegro soltó su agarre y sonrió mirándola. - ¿Sabías que con ese vestido tus tobillos se notan más?- Bromeó para cambiar de tema.
Por supuesto, una mala reacción por parte de la chica no tardó en aparecer. Ella golpeó con fuerza la cabeza del de ojos ámbar. – ¡Eso fue rudo!- Apartó la mirada, ofendida.
-Eso debería decirlo yo- Reía él sobando la zona afectada.
De repente, el gato saltó del regazo de Yashiro y corrió hasta la calle de al lado.
-¡Ah! ¡Neko-chan!- Exclamó Yashiro.
-¡Yashiro, espera!-
La chica salió corriendo tras el gato, ambos perseguidos por el pelinegro, quien ya conocía todo lo que iba a ocurrir.
Llegaron a la calle de la primera vez. Un día soleado y caluroso, la misma gente caminando, las mismas tiendas abiertas, los mismos coches circulando.
El semáforo, en verde, permitió que el gato caminase hasta el otro lado de la calle.
El semáforo, en rojo, permitió que un vehículo cruzase con velocidad cuando Yashiro iba a pasar.
-Esta vez no lo permitiré-
Amane atrapó en el aire la muñeca de Yashiro y tiró hacia la acera, cayendo él en la carretera. Entonces, el camión lo golpeó con toda su fuerza, dejando un rastro carmín en su camino hasta volcar metros más allá.
Las miradas preocupadas y curiosas se concentraron en el cuerpo destrozado del joven. La sangre se derramaba bajo él. Muchos miraban, pero nadie hacía nada.
Yashiro se acercó despacio, siendo incapaz de moverse por su miedo, dolor, sus lágrimas y la confusión.
Amane entreabrió los ojos y con una media sonrisa miró al calor del verano. – Ojalá estés conforme- Se burló, y él no volvió a sonreír.
Poco a poco, los sonidos se ahogaron en el calor del verano. Las cigarras, las cámaras y sus sollozos dejaron de escucharse. Todo se redujo a la nada.
La alarma suena, despertando a la joven de cabellos platinos aguamarina de su sueño abrumador. Molesta, ella la apaga y mira el reloj: 15 de agosto, 10:00.
-Esta vez también le fallé-
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15 de agosto
Fiksi Penggemar-Te amo...- Y tras esas palabras, sus fuerzas se desvanecieron. Su rostro se volvió pálido y su respiración, lenta, se perdió poco a poco. Sus ojos, sin brillo, se cerraron mientras sus labios le dedicaban una última sonrisa. ...