Ciudad.

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El día en que las ciudades revelaron secretos, la voz del pueblo cesó, estaban atónitos. Mi cuerpo temblaba como un edificio a la compañía de un terremoto. 

Cada vez que te encontraba, aun buscándote por días, volvía a perderte. No me gustaba pensar en que tu voz se volvería una sonata junto al viento que acaricia las hojas y se quiebra al tocarme. Si pudiera volver a escuchar tu voz, la guardaría, para dejarla sonar cuando el silencio cruce la soledad, y mis manos, ellas todavía son capaces de sentir las tuyas.

El día, esa maldita tarde donde los secretos salieron, quisiste cambiar tu destino; dijiste que querías ir conmigo por la eternidad, aun si solo me acompañase tu alma. 

No me sentía capaz de soportar tal dolor, el despertarme y no verte a mi lado, que las lágrimas me anuncien que te han recordado. Así lo decidí. El mismo día en que tu aliento voló hacia el sol, pero en distinto mes, decidí que te acompañaría también, incluso si eso significaba volverme el aire que sacude la arena en el mar. 

Mis brazos extrañaron sostener tu cuerpo mientras que la marea de tus ojos inundaba mi camisa.

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