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—Muchas gracias, señor Graham. —Agradecí después de pagarle por todo lo que había comprado.

—Gracias a ti, Jessey —respondió éste. —Cerraré en unos minutos porque tengo que salir, pero dile a tu madre que estaré esperando un trozo de lo que tenga planeado cocinar por la tarde, porque debo admitir que soy fanático de todo lo que cocina, es una gran repostera. Además, la naranja es mi fruta favorita. —Tocó su estómago con deseo haciéndome reír.

— Yo se lo haré saber.

—¿Qué tal la universidad? —Cuestionó con interés mientras recolectaba algunas monedas para devolverme mi cambio. —Me contaron por ahí que reprobaste dos materias.

—No es necesario ser adivina para saber quién fue. —Dije poniendo los ojos en blanco con gracia y repuse orgullosamente—: No la pasé muy bien las últimas dos semanas, pero como siempre, logré sacar todo a flote y recuperarme.

—¿Y qué necesidad había de complicarse tanto si podías haberte apoyado en otras personas? —Cuestionó alzando una ceja, dejándome ver que mi mejor amigo le había soltado hasta el más mínimo detalle de mi situación.

—Los equipos de trabajo son basura, señor Graham. Prefiero hacer todo sola y sufrir más, que tener que lidiar con mis horribles compañeros. — Contesté desdeñosamente tomando las pesadas bolsas llenas de naranjas y todo tipo de productos de repostería que mi madre me había encargado. Al mirar que me estaba costando un poco acomodarme, el señor Graham me miró con pesadez.

—En momentos como este me apena ser tan viejo y no poder ayudarte, querida — Dijo a su pesar.

—Oh, no hay ningún problema, de verdad.

—Creo que necesito contratar un asistente que se encargue de ayudar a mis clientes con sus compras —dijo pensativamente y agregó—: Pero mientras tanto, voy a llamar a mi nieto para que él te...

—¡No, no, no! No se preocupe, señor Graham, yo puedo hacerlo sola. —Tomé algunas bolsas apresuradamente para tratar de acomodarlas en mi antebrazo. Cuando lo hice, dos naranjas saltaron de una de las bolsas directamente al suelo. Resoplé con molestia y me dispuse a recogerlas. El hombre sonrió con ternura.

—Jessey, Jessey... tan dulce como testaruda—. Metí las naranjas nuevamente y sonreí con vergüenza. —¿Cuántas veces tendré que decirte que esa actitud no te llevará muy lejos?

—Creo que está exagerando un poquito, señor Graham. —Repliqué con tranquilidad restando importancia a la situación. —Son sólo unas bolsas.

—Sí, sólo unas bolsas, unas cuantas materias reprobadas, qué más da ¿no? — Me dedicó una sonrisa retadora. —Si no te dejas ayudar con cosas tan "simples" como esta, no me quiero imaginar cuando sea algo mucho más importante —. Torcí mis labios con pesadez. —Sé que estás acostumbrada a siempre encargarte de tus propios asuntos sola y no me parece una locura, eso dice mucho de ti y de lo independiente que puedes llegar a ser, pero es justo esa razón por lo cual te cuesta mucho aceptar que necesitas ayuda de vez en cuando, Jessey. Recuerda que si no corriges tus debilidades por tu cuenta...

—La vida se encargará de hacerlo por mí. — Completé la famosa frase que aquel hombre solía repetirme desde los 6 años. Él sonrió con satisfacción. —Estoy de acuerdo, señor Graham, créame; pero la verdad me cuesta mucho dejarle a alguien más un trabajo que puedo hacer yo misma, sea lo que sea. Además, no creo que mi "debilidad" sea tan grave como para que la vida me dé una lección. —hice comillas con mis dedos mientras sonreía.

—No retes al universo. —Me apuntó con su dedo índice sin dejar de lado su gran sonrisa. —De cualquier forma, no descansaré hasta que mis palabras entren en esa cabecita testaruda. —Sacudió con cariño mi cabello.

Corazón de leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora