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Habían pasado unos veinte minutos desde que Greg había entrado a darse una ducha y yo aún seguía enfrascada en la suave cama observando aquella identificación, como si fuera más valiosa que el salario entero que había dentro de esa billetera; pero es que por alguna razón no podía despegar mi vista de aquellos ojos risueños que me devolvían la mirada a través de la fotografía. Eran unos ojos tan profundos que seguro parecía una idiota ahí sentada, inmóvil, con la boca entreabierta y sin parpadear.

Pero, es normal, ¿no? Sólo soy una persona común admirando la belleza de otra. No hay nada extraño en eso.

No podía dejar de pensar en qué es lo que había herido tanto a ese chico; su voz no paraba de reproducirse en mi cabeza al punto de hacerme sentir torturada, sentía pena por él. Independientemente de que fuese un desconocido o no, a mi forma de ver, nadie se merece pasar por tanto dolor como el que él había desprendido de su voz con una sola palabra.

Estaba tan sumergida en mis pensamientos, que ni siquiera sentí la presencia de Greg, quien había terminado de ducharse y salía del baño sólo con una toalla envuelta en la cadera y otra más en sus hombros.

—El agua está deliciosa, ¿segura que no quieres tomar un baño, Jessey? —Me miró tomando la toalla de sus hombros y secándose la cara y el cabello con ella.

—¿Qué? —Apenas y lo miré, pues un segundo más tarde mi vista se encontraba de nuevo pegada a la fotografía del chico. Era como si tuviera un imán que no me dejara mirar hacia otro lugar que no fuera su rostro. —Ah... sí, tráeme un poco...

—¿Un poco?, ¿De qué hablas? —Cuestionó confundido. No respondí. —Jessey, ¿Me estás escuchando?

—¿Qué? Sí, sí... —Se posó frente a mí y cruzó sus brazos.

—¿Qué es lo que dije? —Sentí su mirada molesta.

—Dijiste... que hay algo que está delicioso, y luego yo dije: tráeme un poco... — Solté sin saber muy bien a qué me estaba refiriendo. Un sonido parecido a un Greg exasperado se hizo presente en la habitación.

Y, aun así, no lo miré.

—¡Sabes que odio que me ignores así, Jessica! ¿qué tanto estás mirando? —Se acercó a mí y antes de que pudiera detenerlo, me arrebató la identificación de las manos. Al notar cual era el objeto que me había quitado, bajó rápidamente la mano dedicándome la mirada más molesta que había visto en él en meses. —¡¿Llevas más de veinte minutos mirando la misma fotografía?! —Lo miré con fastidio. No tenía ganas de justificarme ni argumentos para hacerlo. —No puedo creerlo —Bufó y me dio la espalda.

—¡No estaba haciendo nada raro! —Me levanté y crucé los brazos.

—No, claro que no. —Volvió a mirarme. —Porque ver una fotografía como una acosadora de mierda es algo totalmente normal, ¿no? ¡Lo más casual del mundo!

—¡No soy una acosadora! —Bramé.

—¿Ah no? —Me retó—¿Entonces cómo le llamas tú a eso?

—Estaba memorizando todas sus facciones para saber reconocerlo cuando lo vea. —Afirmé segura de mí misma. Greg se echó a reír.

—¿Aún sigues pensando en eso? Creí que se te pasaría más rápido. —Se sentó sin dejar de mirarme burlonamente. Yo me limité a mirarlo sin rastro de gracia. —Escucha Jessey, yo sé que tienes un enorme corazón, pero seamos sinceros: es más probable que yo deje de ser guapo a que puedas volver a encontrarte con ese chico.

—No estoy de acuerdo.

—Pues deberías, he estado revisando una aplicación en donde te muestran como serías tú de viejo, y créeme que aún con 85 años, sigo siendo muy sensual. Volveré locas a las del asilo.

Corazón de leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora