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No era necesario que Jasper usará su habilidad para darles a conocer a la familia de vampiros, lo incómoda que se estaba sintiendo la extraña rubia que estaba en su sala.
Ella por su parte no hacía más que moverse en el mueble, mientras que de manera inconsciente se mordía el lado interno de su mejilla, casi como acto de reflejo al estar en aquel estado, todo a consecuencia de encontrarse en un lugar desconocido, rodeada de extraños para completar.
Y se suponía que debía pasar por desapercibida.
Pero le fue imposible negarse a ser traída allí por el chico de cabello cobrizo, después de que literalmente la cargará como un costal de papa, no siendo eso lo peor, no, sino que aún estaba tratando de buscar las palabras correctas para darles una explicación a ellos.
«¡Genial!» pensó, mientras hacía un sonido de chasquido con la lengua.
Curiosamente con sus ojos azules examinó cada rincón de aquella sala, la decoración era preciosa, aunque ella no detalló con claridad la estructura externa de la casa, se percató de que realmente era espaciosa, pero había algo que en realidad le cautivó.
El hermoso piano negro de cola.
En cierto modo le daba aquella sensación de nostalgia junto a tristeza, que traían consigo todos aquellos recuerdos remotos de momentos felices de su pasado, antes de ser destruido sin piedad por aquel ser que se hace llamar a si mismo su creador.
Ella sabía que estaba siendo observada.
Pero no le importó, hacía tanto que no estaba en un hogar familiar, lejos de aquella celda oscura que solía ser su habitación.
—Espero que así no traten a sus visitas—soltó, por fin la chica con un toque de diversión.
Tratando de aligerar el ambiente.
Por suerte lo logró, cuando una sonora carcajada retumbó por toda la sala, proveniente de uno de los presentes.
Ella lo observó, tenía el cabello oscuro, piel pálida y de contextura musculosa.
—Me agrada la chica—comentó, el pelinegro después de terminar de reírse.
La rubia le miró mientras enmarca una ceja en alto, para solo segundos después hacer un leve movimiento de su cabeza de lado a lado en negación con diversión, a la vez que, mostraba sus dientes blancos en una radiante sonrisa que deslumbraría a cualquiera.
No obstante, uno de ellos si había caído en ese encantó.
—Mi nombre es Carlisle—se presentó, la persona que estaba sentado en el sofá más grande, frente a ella.
