➻Chapter O2.

1.7K 211 16
                                    

Apenas tocó una nota cuando sintió el malestar que había en el ambiente. Lentamente levantó la mirada y el luminoso sol que se asomaba de los ventanales delicadamente adornados con cortinas de seda dorada pegó en sus ojos verdes. Respiró con tranquilidad cuando observó a su madre, tan dominante y hermosa como siempre admirando el jardín que se extendía por todo el terreno del palacio. La mujer estaba de pie, con las manos juntas y el delicado vestido color crema que envolvía su gran cuerpo. Una alfa de estatura alta, con largas piernas que no requerían taco alguno. Su cabello castaño estaba recogido en una peineta dorada, adornada con distintas piedras brillantes y pequeñas. 

—Madre —llamó suavemente, esperando saber la razón de su inquietud. La mujer respiró con profundidad antes de abrir la boca. No lo miró.

—¿Sí? —preguntó ella, aún perdida. Su primogénito se levantó con cuidado y su tacto se deslizó del piano hasta finalmente llegar a dos metros de su madre. La mujer se volvió y lo miró seriamente.

—¿Qué sucede?

—Nada —murmuró y apretó los labios. Los ojos verdes de su hijo chocaron con los de su madre, iguales a los suyos. Bajó la mirada y llevó sus manos detrás de la espalda para mirar el jardín.

—¿Está molesta con el rey por el Omega? —preguntó y sintió las feromonas agrias que soltaba la
fémina. Se mordió la lengua y aguantó el malestar de su madre cuando ella lo miró con grandes ojos.

—No vuelvas a mencionar a ese demonio en mi presencia, Jimin —gruñó y volvió su mirada fruncida al ventanal—. Ese engendro de demonios no hizo más que traer problemas al reino. Es el mismo Satanás en persona... Y tu padre está hechizado por aquella calamidad. Ese vulgar. Es asqueroso. Tan asqueroso que me genera... Por dios.

Se quedó callado y volvió a ver a su madre. Era evidente que lo nuevo transformaba todo ambiente en el reino, en aquel palacio.

Hace muchos años la piratería había encontrado un animal exótico que asombró a todo alfa que lo veía. Lo habían mantenido en secreto, escondido, y su padre había pagado mucho por aquella vida. Cuando mencionaron su existencia todos habían quedado asombrados, tan curiosos y llenos de terror por verlo que el mismo rey mandó para admirarlo en persona.

La existencia de todo Omega se había erradicado hace mucho, desde la antigüedad los pergaminos los describían como seres celestiales, de extrema belleza inhumana y un poderío sobre los alfas descomunal. Se decía que podían controlar todo ser con su corazón, con su terrible hermosura. El último Omega sobre la tierra había muerto hace más de dos mil años y su historia seguía tan viva como una herida recién hecha. Era aquél que había encantado a un Imperio entero, y se lo describía como un ángel, como toda representación de lo delicado, lo bello. Todo. Al pasar los años el mundo cobró su admiración por aquellos seres, lo transformó y rápidamente lo ligaron con la magia negra, con los maleficios y el diablo. Porque todo alfa existente tenía miedo de ser controlado por uno, porque todo alfa sabía que la belleza demoníaca de un Omega podía controlarte de por vida.

Y recordó vagamente cuando espió tras la puerta del gran salón, pusieron al demonio de rostro hermoso frente a su padre. Recordó sus ojos azules, tan tormentosos y puros que su corazón se oprimió entero, con su cabello fino y despeinado, tan pequeño, sus extremidades delgadas y delicadas dieron ilusión a toda leyenda. Porque había sido la primera vez que había visto a otro hombre desnudo, porque su aroma era dulce, suave. Porque aquel demonio era el más hermoso.

—Madre...

—Déjame sola, Jimin.

Asintió sin decir palabra alguna. Se dio la media vuelta y salió de la habitación real del rey y la reina. El pasillo se alzó sobre sus ojos, el color dorado de las paredes, los muebles y los antiguos jarrones adornaban el lugar. Los guardias a su lado se mantuvieron rígidos cuando pasó a su lado, como muñecos.

Conocía bien la zona prohibida, los pasillos, la cantidad de ventanas que había e incluso el color de la alfombra. Conocía tanto ese lugar y sin embargo jamás se había atrevido a poner un pie en aquellos lados. Porque nadie lo hacía, porque todo ser viviente en aquel palacio era consciente de lo que había ahí, lo que habitaba. Se detuvo en ese pasillo, y sintió levemente el aroma de su padre envuelto en ese ambiente, en las paredes, los muebles. Su pecho se infló por sobremanera y caminó con sigilo.

No sabía lo que iba a encontrar, tenía miedo, su pecho vibraba y su sangre se calentaba a cada paso. El hormigueo que sentía en la palma de su mano empezó a chocar con él. Sólo había una puerta al final de todo. Y a medida que se acercaba esperaba lo peor, cualquier cosa, esperaba encontrarse con un demonio de belleza descomunal, un ser infernal que venía a destruir a todo alfa viviente. Que venía a destruirlo. Esperaba ver todo eso, y cuando sintió el aroma dulzón mezclarse en el aire supo que estaba cerca. Sus oídos escucharon sonidos bajos, llanto, jadeos.

Aspiró todo aire que pudo antes de abrir la puerta. Y lo que vio, lo dejó atónito.

Porque el Demonio que los piratas habían llevado a los pies de su padre había cambiado. La metamorfosis inexplicable de su cuerpo se había vuelto pequeña, más delicada y monstruosa. La ferviente leyenda de los omegas volvió a chocar con su mente al ver esos pies delicados, blanquecinos. Sus piernas eran regordetas, de aspecto suave y terso como la de un recién nacido, el demonio traía puesto finas telas blancas, cortas, envolvían su cintura estrecha, sus hombros pequeños. Las hebras de su cabello envuelto en las manos de padre hicieron chispa en sus ojos.

Porque cuando le contaron lo bestial y demoníaco que era un Omega no pensó en eso. No pensó que podían llorar, gemir como aquél hacía. Porque toda leyenda presumía el terror del alfa, el miedo, la desesperación misma en vez de aquella aura llena de excitación.

Porque lo único traumante que pudo ver en esa habitación fue el cómo su padre se arremetía contra aquél pequeño demonio. Como lo tomaba con tanta fuerza y brutalidad que su corazón ardió en su interior. Retrocedió cuando los ojos azules de aquél Omega chocaron con los suyos, cuando el rey alfa lo pegó contra el mueble. Las lágrimas del demonio descendían, su rostro rojo y caliente mientras sus pequeñas garras de Omega se pegaban con fuerza las muñecas de su padre.

Y jamás olvidaría aquella mirada. 

El Reflejo de tu Muerte (Jikook)[Adap.]|Omegaverse|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora