➳ Capítulo 17.

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Aún faltaban un par de horas para el amanecer, pero el húmedo calor sureño típico de comienzos de abril me pegaba la ropa al cuello y el cabello a la nuca, sin importarle que el sol se hubiese ocultado hacía ya mucho tiempo

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Aún faltaban un par de horas para el amanecer, pero el húmedo calor sureño típico de comienzos de abril me pegaba la ropa al cuello y el cabello a la nuca, sin importarle que el sol se hubiese ocultado hacía ya mucho tiempo. Habían pasado tres meses desde la última vez que había estado en Nueva Orleans, pero mientras recorría las abarrotadas calles adoquinadas del Barrio Francés llegué a la dulce realización de que nada había cambiado.

—¡Oh, sería tan feliz en este momento si la única razón por la cual estoy aquí no fuera el fin del mundo! —exclamé, por lo alto, para hacerme oír por encima de la nunca cesante música.

La ciudad olía dulzona, a alcohol, cigarros y sudor, conciliada por la mezcolanza de los distintos perfumes y colonias de los tantos turistas, y el humo de los tantos inciensos encendidos filtrándose a través de las puertas medio abiertas de las tiendecitas.

El recinto familiar se encontraba ubicado en Bourbon Street, una amplia vivienda que ocupaba la esquina que cruzaba con Saint Ann Street, y la cual le pertenecía a los Harrington desde hacía más de doscientos cincuenta años.

—Papá ha de estar esperándonos —comenté, frente al portón cerrado de mi hogar. Benjamin había traído su llave, así que no nos molestamos en golpear.

Los tres pisos de la casona se alzaban alrededor de un patio interior, grande y espacioso, con una fuente de agua en su centro más alta que yo misma. La luz de los faroles y la llama encendida de los candelabros iluminaba los juegos de jardín de la época victoriana, los sillones y las mesas ratonas desperdigados en el vasto espacio, y el bar en una esquina con sus altas banquetas.

Las paredes eran de un tenue gris, vetadas por verdes enredaderas que las cubrían casi por completo, en contraste con el negro desgastado de las escaleras, puertas y ventanas, y el hierro de los balcones. Incrustada en una de las columnas de piedra se encontraba la insignia familiar tallada en bronce, la letra H en su núcleo rodeada el serpenteante cuerpo de una víbora.

Nick no lucía especialmente impresionado ante nada de ello, como si hubiera sabido exactamente el tipo de lugar en el que vivía desde el momento que me conoció.

Mi padre debió oírnos llegar, pues nos observó por apenas un momento ligeramente inclinado sobre la baranda del tercer piso antes de bajar a nuestro encuentro. Estrechó la mano de Ben, y dejó un beso en mi frente, como si nos hubiera visto por última vez hace un par de horas y no un par de meses.

—Es bueno verlos, hijos —fue lo único que dijo, y tampoco esperé más. Siempre había sido un hombre frío y distante, y hay algunas cosas que simplemente no están destinadas a cambiar—. Me alegra tenerlos aquí, pero lamento que tenga que ser bajo tan trágicas circunstancias.

Mi padre era muy alto, aún más que Ben o Nathaniel. Tenía el cabello rubio perfectamente arreglado, como siempre, y parecía que no se había afeitado la barba en unos días. Vestía una camisa y unos pantalones de gabardina a pesar de que la temperatura debía rondar los veinte grados, y la corbata desajustada pendía de su cuello.

DARK ROSE ➳ Nick Scratch [Chilling Adventures of Sabrina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora