Se levantó desesperado buscándola, sudaba profusamente y su corazón palpitaba sin control, podía claramente sentir cómo este golpeaba violentamente su pecho. La buscó sin descanso pues estaba seguro que allí estaba, la había visto, había sentido su calor junto a él, su aliento recorriendo su rostro, sus manos acariciando su pecho, era ella, no había dudas, nadie más lo hacía sentir tal emoción, nadie más lo hacía desesperarse de esa manera, tenía que ser, pero tras media hora buscándola se dio cuenta que no estaba, tal y como en los últimos 6 meses, no estaba allí, lo único que había a su lado era una botella de ron vacía y un revólver calibre 38. cargado y listo para usarse; ya hacía una semana que tenía contemplado acabar con todo, acabar con ese sufrimiento que lo embargaba, ya no quería sentir más dolor, no quería levantarse cada noche llorando, ya no comía, no salía, no tenía ninguna razón para vivir, agarró revólver, lo puso contra su cabeza y cuando iba a poner su dedo en el gatillo, sonó un fuerte estruendo:
-¡Matt, abre la puerta! Es mamá. Ábreme, hace mucho frío.
-¡Voy! - gritó Matt con voz temblorosa.
Dio un salto hasta la cocina para deshacerse de la botella vacía y corriendo abrió su caja fuerte para ocultar el revólver, no quería preocupar a su madre.
-¡Date prisa, hijo, me estoy congelando!
-Voy, ma. Estaba arreglando un poco el lugar.
Matt se dirigió hacia la puerta y saludó a Marta, su madre:
-Hola, mamá, ¿cómo has estado? - la voz de Matt era tan baja que apenas se podía oír.
-¡Hijo mío, yo no importo! ¿Cómo has estado tú?- dijo su madre preocupada mientras le daba un abrazo.
Matt no podía verla a los ojos, si lo hacía, ella se daría cuenta de las grandes ojeras que revelaban las semanas que había pasado sin dormir, y la hinchazón de sus párpados delataría su llanto incesante.
- Bien, he estado bien- Dijo sin verla a la cara.
- No me engañas, hijo. Así no quieras verme a los ojos, puedo notar tus ojeras y tus ojos hinchados, así cómo puedo oler tu peste a ron. Habla conmigo.- dijo Marta en tono suave.
Matt se negaba rotundamente a hablar. Primero, era su dolor y de nadie más, no quería preocupar a su madre de más, ya suficiente tenía con su reciente divorcio como para estarse ocupando de que su hijo se volviera loco o se matara.
-Tranquila, no pasa nada. Estoy bien, siempre estoy bien - afirmó Matt sin mucho ánimo.
-No tienes que fingir conmigo, hijo. Estoy aquí - respondió su madre con firmeza.
Luego de estas palabras, como la excelente madre que era, se dirigió a la cocina a prepararle algo de desayunar a su hijo. Al terminar con la preparación de lo que casi podría considerarse como un festín, se dirigió a la mesa para dárselo a su hijo.
-Amor, la comida está servida, ven.
-Ma, no tenías que, ni siquiera tengo hambre.
-No aceptaré un no como respuesta.
-Está bien- gruñó Matt sintiéndose frustrado.
Mientras su hijo comía, ella decidió limpiar un poco el lugar, no estaba especialmente sucio, pero sí bastante descuidado, de no ser porque sabía que su hijo había estado allí las últimas semanas, casi podría decir que era un lugar abandonado. Después de un rato arreglando el lugar, se dispuso a organizar el escritorio de su hijo, al ir revisándolo descubrió una bala detrás de la fotografía de Claire, la difunta esposa de su hijo.
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Pesadillas Eternas
TerrorUna antología de cuentos de terror que te llevará a dar un paseo por los miedos más intensos de tu subconsciente. Pequeños relatos para antes de ir a dormir.