Sacudida

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     La música retumbaba en el espejo del baño mientras Andriav se miraba. Tal vez fuese la mugre y pintura del lugar o la luz de techo a medio caer, pero le costaba reconocerse. Hace unas semanas vestía un traje de biomédico, caminando por los pulcros pasillos de la torre medica de Sydonia, la capital de Arcadia, mientras lucía un afeitado ejemplar y la misma sonrisa de cualquier miembro de la cuadrilla capital. Ahora deambulaba de bar en bar, bebiendo cualquier cosa que le pudiese matar. Sus ojos orbitaban con dificultad, la mugre se acumulaba junto a las ojeras y lo único que le quedaba era su vieja bata de laboratorio.

     Se intento echar agua, pero no funciono, el recuerdo de aquel fatídico día se había asentado en su piel grisácea. Podría haberse quedado allí a vomitar hasta perder la conciencia, pero unos imbéciles estaban teniendo sexo con la caseta abierta. Los miraba y no sabía si le causaba más asco el que tuviesen deformidades notables o el hecho de que tuviesen implantes baratos. Después de un rato salió.

     Caminar se había vuelto todo un reto desde hace días y el que la gente le empujara con rechazo al cruzar el lugar tampoco ayudaba. Al sentarse nuevamente en la barra, la camarera le sonrió mientras preparaba bebidas. Había algo en ella que le producía inclusive más asco que los fenómenos del baño.

     —Sírvame otro vaso de esa basura azul...

     —No creo que sea una sabía...

     —¡Cállate! No pedí tu jodida opinión —Gritó Andriav de forma despectiva.

     Mientras el líquido llenaba el vaso, en la barra se proyectaban las noticias: «En Sydonia, la joya de Arcadia, se presentó un aparatoso accidente con una criatura mecanizada la cual dio a parar en el distrito comercial a través de una apertura del nivel inferior, tres mercenarios fueron encontrados muertos...».

     —¿No le parece terrible? Es como si Arcadia se estuviese hundiendo lentamente —Comentó la camarera mientras limpiaba la barra.

     —Hay cosas peores... como terminar en Stark-52 —Andriav dio un trago amargo, mirando el vaso con ojos vidriosos.

     —¿Sabe? Yo no era de aquí, pero tuve que mudarme a esta ciudad. Con el tiempo, uno se vuelve fanático de ciertas cosas —Le dolía ver su felicidad, como si ella se creyera mejor.

     —A mí me quitaron mi vida y me enviaron a este lugar.

     —¿Su vida? —Preguntó con curiosidad la camarera, sin quitar la mirada de la barra.

     —Una violinista llego a la torre médica y necesitaba con urgencia una... prótesis de brazo. Ella no se lo podía costear y le di una solución... ¡Y la muy... zorra me denunció ante el consejo médico! ¡Si tenía una... puñetera queja, me lo pudo haber dicho a mí! —Balbuceó con cólera, soltando un nauseabundo aliento a despreció y derrota.

     —Tal vez tuvo sus motivos —Soltó la camarera mirando al vació. Llevaba rato tallando un mismo lugar con el trapo.

     —¡Que sabrás tú, puto fenómeno! —Soltó Andriav, tirándole su vaso por la barra. Ella salió de su catarsis y logró atraparlo antes de caer, revelando su brazo mecánico, que a su vez volvió a sacar a flote los pensamientos de su tragedia y aumentando su colera contra la camarera. No estaba seguro si era el alcohol, pero se parecía bastante a la violinista, solo le hacía falta ese corte extravagante y la voz arrogante.

     —¡Caballero! me temo que debo pedirle que se retire. Ya no está en condiciones de seguir bebiendo... —Le dijo preocupada la camarera.

     —¡Bah! Deme otro vaso y me largo —La camarera no opuso resistencia y se encargó de preparar nuevamente el líquido azul. Solo quería llegar a su departamento, tirarse al suelo y buscar fuerzas para arrojarse por la ventana, estaba harto de la repulsión que le provocaba la camarera y la gente de Stark-52 —. ¡Carajo! ¿Por qué tarda tanto?

     —¡Disculpe! me tome la molestia de agregar un aditivo que evitara...

     —Sí, sí. Váyase al diablo...

    La camarera le entrego el vaso con cuidado. Andriav le transfirió los créditos desde el brazalete, cogió la bebida derramando un poco por el suelo y se tambaleó hacia la salida. Salió por la parte de atrás del edificio, chocándose un poco contra uno de los guardias del bar de mala muerte, pero este no se movió pensando que no valía la pena.

     Entre tumbos y pequeños pasos para no caerse, consiguió andar por la avenida. Su cabeza al igual que sus pies tropezaban con pensamientos hasta donde sabía había olvidado... Era una noche fría pero tranquila, ya era de madrugada aun con la capa negra que cubre a Arcadia. Seguían pasando automóviles y algún que otro camión de mercancías, no era muy común ver vehículos de combustión a esas horas; mientras que solo bastaba con mirar arriba y ver el tráfico aéreo, notar el mar de personas que salían de fiesta en los rascacielos de chatarra que oscurecían el cielo de la ciudad. El mareo que producían los recuerdos rebotando en su corteza cerebral le produjeron nauseas, llevándolo a un callejón para terminar vomitando. Nada de alimentos, pura sustancia azul.

     Mientras intentaba recuperar la compostura, lo mejor que se puede tras beber durante todo el día y noche, escucho un ruido que provenía del fondo del callejón. En un primer instante le pareció ver una pieza metálica que emitía una luz roja e iluminaba un poco el lugar. Intentando enfocar la vista sin éxito, decidió pasar de ello y seguir caminando hacía su departamento, pero cuando estaba por voltear se le acerco una mano. Al ver con detenimiento la mano estuvo a punto de vomitar, pero el asco y terror pudieron más. La mano era prácticamente esquelética, con trozos de carne y pellejo que se desprendían, todo reflejando un color verde radiante y un olor a putrefacción más intenso que cualquier otro que haya pasado por la nariz de Andriav en todos los años que ha sido doctor.

     De forma instintiva comenzó a correr, pero no llegó muy lejos; mientras miraba hacia atrás con el miedo de que esa «cosa» lo estuviese persiguiendo, algo le detuvo tumbándolo en el suelo. El vaso reventó debajo de su mano, enterrando profundamente algunos trozos de vidrio y arrancándole un gemido de dolor, «Joder, joder, joder, solo a mí me pasan estas mierdas. Ojalá esos trozos de cristal hubiesen caído en mi puñetero cuello.»

     De la herida no dejaba de brotar sangre, y como pudo intentó sacar los trozos más grandes de cristal. La tela de su bata comenzaba a sentirse húmeda. Apenas volteó hacia enfrente, aquello le exigió volver a vomitar, sacar todo el alcohol de su cuerpo, sus órganos y con suerte sus turbios pensamientos.

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⏰ Última actualización: Aug 20, 2020 ⏰

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