Capítulo I

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Capítulo I

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El aroma a desinfectante, a alcohol y cloro que bañaba por completo ese lugar, le hizo dar nauseas. No era que podía esperar mucho, ese lugar, principalmente ese sector, en esa determinada ala, estaba perfectamente diseñada para verse impecable. Para que las visitas la vieran como un sitio perfecto para depositar allí su dinero para albergar a la escoria más retorcida. Ya que las más morbosas de las personalidades socializaban en ese lugar, completamente sedados por pastillas o antidepresivos, que incentivaban a crear un equilibrio en sus muertos cerebros.

Criminales, asesinos, dementes, entre otros, paseaban dócilmente en ese sitio, escoltados por enfermeros y enfermeras. Resaltando a grandes rasgos y alzando el ego, de la efectividad que significaba esa clínica para los ojos públicos.

Andrés, lo veía como un apestoso agujero cubierto de rejas pálidas que albergaba a toda la escoria de la sociedad. Las personas, los entes, más peligrosos que en una cárcel común sería demasiado para ser controlados con una efectividad del 100%. ¿Lo retorcidamente nefasto de todo eso? Qué él, un simple ladrón de guantes blancos que jamás había asesinado a nadie, pero si herido a varios, era considerado uno de esos enfermos. ¿Por qué?¿Solo por qué apuñalo a un rehén que le sacó de las casillas con un tenedor?¿Solo por qué se le saltó la cuerda, cuando ese repulsivo gordo se rió de su pajarita?

Ridículo.

Pero ahí estaba. La confesión desesperada de Sergio a su momentánea novia, Raquel. Lo había llevado allí, a esa categoría nauseabunda de demente que no podía ser encerrado en una cárcel común. Lo había llevado allí, para pasar lo que le resta de su condena completamente drogado, para mantenerlo dócil.

—Desnúdate— le soltó uno de los enfermos tras cerrar la puerta de lo que parecía ser una sala completamente vacía, y en donde en su interior, dos enormes tipos lo observaron con un ceño fruncido.

—¿Cómo?¿Así nomás?¿No piensas decirme algo bonito antes?— se atrevió a bromear, estirando sus manos para que por un momento le ayudara con las mangas de su traje blanco, para que las esposas se lo permitieran.

—No intentes hacerte el graciosito conmigo, subnormal. Te pondrás ese uniforme— habló ese enfermero, alzando el mentón en alto para señalar ese extraño mono rojo que descansaba sobre una de las camillas.

—¿Rojo?¿Por qué rojo?— tuvo que preguntar con curiosidad. Si tenía entendido, o por lo que había observado en el pasillo en ese leve paseo, los demás criminales en esa institución no usaban mono rojo.

—Órdenes del Director. Eres un tipo peligroso, iras al ala de los más jodidos, gilipollas. ¡Por lo que deja de atrasarnos y coopera!— le gritó uno de los guardias, con un tono borde y soberbio, haciendo que instintivamente Andrés entrecerrara sus ojos para memorizar correctamente sus rasgos.

Suárez. Leyó en la etiqueta que descansaba sobre su pectoral derecho. Alzando la comisura de sus labios, Berlín delineó el filo de sus dientes con la punta de su lengua, al sonreír astutamente hacía él. Bajando el uniforme que le habían puesto en la anterior cárcel, en donde lo habían derivado hasta que salieran los exámenes psicológicos. Él alzó su mentón en alto, con el rostro empapado de una confianza innata, antes de tirar en su dirección su uniforme hasta caer a sus pies. Se encargaría de recordar ese nombre y su rostro, solo por si acaso. Quizás le podría servir más adelante cuando decidiera cobrarse, ese tonito borde y autoritario con el cual le hablaba.

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⏰ Última actualización: Mar 22, 2022 ⏰

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Inconsciente [Berlín x Palermo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora