XIII

238 32 10
                                    


Sus ojos color miel, te observan con gran asombro, sin poder dar crédito a lo que veían, ¿Era real? Intenta retroceder, tomar distancia, pero se lo impides, con tu mano sobre su muñeca, entonces te vuelve a mirar de lo más sorprendido, ¿Qué se suponía que estabas haciendo? ¿Por qué estabas de rodillas antes él? Eres sin duda aterrador, y ni así siente temor, pero no por esto lo dejabas de inquietar, y es que algo no anda bien contigo, aquello era más que evidente, era absurdo no querer verlo.

Ahí de rodillas ante él, besas el dorso de su mano, seguido por sus dedos, hasta terminar en la palma de estas. Tu lengua también participa, lamiendo sus dedos.

Su piel era lo más exquisito que por lejos habías probado. Tan única como deliciosa, tan perfecta que merecía ser tuya. Merecías ser el dueño absoluto de su piel, de todo él.

Su respiración se agita ante tus caricias, se vuelve más irregular y eso te gusta tanto, porque aquello sólo quiere decir una cosa: no te es tan indiferente como finge y se lo ibas a hacer ver. Tenía que verlo, porque no tenía derecho ni motivos para huir de tu sentir y destrozarte por completo con ello.

Liberas su muñeca, y tu brazo se envuelve en su pequeña cintura, atrapando su cuerpo, pese a aún estar de rodillas, entonces con tu mano restante, levantas aquella prenda que cubre su vientre, y sin más hundes tu rostro en el, torturando con tu lengua su ombligo, disfrutado tanto como te era posible de todo él.

Él en respuesta gime, siendo un gran incentivo que te incita a continuar, acariciando su abdomen con tu mano restante, permitiendo que la yema de tus dedos se aprendan de memoria cada hermosa parte de su ser.

Un nuevo gemido se repite, y es que tu lengua sabía bien dónde tocar, dando en el punto exacto, quitándole todo control a quien se jacta de no sentirse afectado por tí, pero aquello sabes que no es más que una mala mentira, porque no podía ser verdad no lo ibas a permitir.

Sus manos que antes habían intentado escapar, ahora se encontraban sobre tu cabeza, acariciando los cabellos de la misma, mientras no hacía más que disfrutar de tu toque.

Gimió una vez más cuando tu lengua salió de su ombligo y se atrevió a recorrer más de su abdomen, pero cuando esta se paseó por su pelvis, por encima de su pantalón casi termina pegando un gran grito de asombro y también de placer.

Entonces te detienes, lo observas hasta que sus ojos se atreven a encontrarse con los tuyos, y besando una vez más su mano, le dices aquello que él ya sabe.

—Se mío—, no es una orden, es una súplica en su máxima expresión, porque te estabas humillando sin importarte mucho a decir verdad—entrégate por completo y seré todo lo que necesites. Todo.

—¿Todo lo que necesito?

—Sí.

Entonces tu gran tormento nunca estuvo tan dispuesto como ahora a dejarse derrotar, puesto que iba a aceptar.

Anhelo prohibido •Tyrus•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora