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Luces a mi alrededor, el bullicio de la multitud, miro hacia todos los lados tratando de encontrar unos ojos familiares.

El sonido ensordecedor de la alarma que indica el inicio de la carrera me palpita en los oídos.

La gente grita y grita mi nombre sin parar, ¿qué es lo que estoy haciendo? avanzo mientras mi piel roza contra el agua fría cada vez más. Tratando de llegar a una meta inalcanzable. Me duele la cabeza y no sé qué hacer. Estoy cerca de la meta. Lo presiento... quiero huir ahora pero no puedo; tengo que terminar esto.

Doy una vuelta en el agua y me sumerjo de nuevo, una segunda ocasión, una y otra vez hasta que por fin llega a la final.

Primer lugar y entonces lo escucho... el claxon ensordecedor de un camión indica el fin de este sueño y de repente ahí estoy; postrado en una cama sin saber que ha sido.

Esta ardua y recurrente pesadilla sigue sigue y creo que nunca se irá. Me levanto de la cama un poco mareado sin saber como rayos me quedé dormido.

Bajo las escaleras en busca de mi almuerzo en la cocina, las medallas solitarias cuelgan en la pared. A veces me pregunto qué hubiera sido de mi vida sí... eso no hubiera pasado.

Hay cosas que no se pueden evitar, como la lluvia o la caída inminente de las hojas en otoño. Bajo una taza del gabinete y la miro sopesando la idea en mi mente. Mi padre vendrá en dos días. Dice que quiere ir conmigo a otro estado, que me hará bien salir, no lo creo.

La luz de la mañana entra por la ventana, es calida cómo los abrazos en invierno. Quiero irme de aquí. Estar encerrado con una pieza de metal en mi cuerpo no es de lo mejor, preferiría estar muerto.

Han pasado seis meses desde el accidente. Cada día es más difícil. Estoy tratando de recuperarme, voy a terapia todos los domingos y visito al psicólogo de vez en cuando.

A veces voy a los entrenamientos de mis amigos y ellos dicen que está bien. Trato de acostumbrarme al nuevo movimiento de mi vida llevando una rutina aburrida y sin nada que hacer.

La prótesis me lastima cuando camino, me llega hasta la rodilla. Aunque prefiero usarla a estar todo el día en silla de ruedas. Un leve cojeo se asoma cada que recorro cierto tramo de distancia.

Me lavo los dientes y tomó mi chaqueta azul. Joe me ha invitado al cumpleaños de su esposa y hoy lo celebrarán.

Conocí a Joe cuando ambos teníamos 20 años y desde entonces hemos sido inseparables. Ambos entrenabamos para las competencias de natación y era un ídolo para mí. Bueno de hecho lo sigue siendo.

Tomó las llaves y me dirijo hacia mi auto, un par de niños juegan a mi lado en el pavimento. Los saludo con la mirada y abro la puerta para meterme y conducir hacia la casa de mi amigo.

Han pasado 20 minutos desde que llegué y me encuentro ahora sentado con un gorrito de fiesta en la cabeza. Shannon la esposa de Joe sigue recibiendo invitados a cada minuto. Él es muy popular y su número de fans es incontable.

— Hey Hansel ¿qué tal? ¿cómo has estado?

Río entre dientes y miro al suelo con una sonrisa.

—Hansol, Joe, Hansol. Han pasado 6 años y sigues sin recordar bien mi nombre.

—Lo siento amigo. No has respondido a mi pregunta. ¿Sigues yendo a terapia? ¿Ya la manejas bien?

Dice dirigiendo su mirada a la prótesis metálica que se asoma por la pernera del pantalón.

—Bueno...- respondo un poco ansioso- he ido bien. Mañana es mi última sesión y después de eso viene papá.

—Eso ví, el señor Chwe, ¿Hace cuánto no venía? ¿4 años? Vaya, pareciera que fué ayer.

Me siento cómodo hablando con Joe, es buen amigo, el único que me apoyó después del accidente. Alto, atlético y una piel marrón preciosa. Llegué a tener un crush con él cuando apenas nos conocimos. Ahora está casado y con una preciosa hija. Sonrío.

—Me sorprende que no se apareciera cuando lo de... Ya sabes.

Me cuesta hablar de esto, las idas al psicólogo no ayudan demasiado y, sigo despertando en las noches después de pesadillas que parecen interminables.

—Oye hermano, no te preocupes. Estarás bien. ¿A dónde irán? ¿Manhattan? ¿California? ¿Texas?

—Florida.

—Te divertirás. Sólo no te gastes todo el dinero eh. Bueno, aunque tienes de sobra. Ve el lado positivo, puedes encontrar algún chico que te agrade.

Me da un golpecito con el codo y rie haciendo alusión a mi homosexualidad. No sonó tan divertido así que finjo una sonrisa y planto mi vista en la rebanada de pastel que Shannon acaba de poner frente a mí.

Vuelvo a casa luego de las 12 de la medianoche. Había bebido de más y el alcohol en mi sangre estaba haciendo de las suyas. Mis ojos inyectados en sangre y mis manos pálidas. Lo que queda de mi flaquea frente a la puerta, y cómo puedo logro insertar las llaves en la cerradura.

Camino despacio hacia la sala, la casa estaba hecha un desastre y lo que menos tenía ganas de hacer era ponerme a recoger todo. Con el alcohol hasta el cerebro al tratar de tirarme en el sofá caigo sobre la mesita que está en medio de la mencionada.

—Auch.

La sangre caliente gotea de mis manos.  Y no me percato de que el cristal de la mesa se ha roto y con él los cuadros que yacían sobre ésta. De igual manera mi prótesis se ha salido de su lugar y me quedó tirado en el piso con la sangre saliendo de mi dedos y un arañazo en la mejilla.

Miro las gotas de lluvia caer a través de la ventana. El sonido es muy relajante. Tanto que me hace querer quedarme aquí. Quedarme aquí y cerrar los ojos. Y creo que sí lo hago.

Lentamente el sueño se apodera de mí, mi cuerpo se entumece y voy perdiendo noción de lo que hay en mi alrededor.

Y de la nada estoy ahí, en el podio, una medalla de oro cuelga de mi cuello. Banderillas con mi nombre se alzan en el aire. Ahora no es más que un sueño borroso. No es un sueño son recuerdos.
Lejanos recuerdos de cuando fui feliz. Sonrío. Hay veces como esta, en las cuales quisiera nunca jamás despertar. Y como cada noche, sucede aquello.

Sucedió un 4 de enero.

Regresabamos a casa después de un torneo, no faltaba mucho para las olimpiadas y yo participaría, lucharía por una segunda medalla.

Había azotado una nevada en la región, era muy inestable viajar pero no hicimos caso. Al frente de nosotros iba un camión a toda velocidad. Al tratar de evitar chocar contra este chocamos contra otros vehículos. Y de repente yo estaba sumergido en una oscuridad total.

Mis oídos zumbaban. Aún recuerdo bien la sensación de estar atrapado entre el metal y el frío. Mi chofer había muerto y yo había quedado como en una lata de atún. Escuchaba los gritos de las personas afuera y no sabía lo que había pasado. Estaba confundido y asustado.

Intenté zafarme de mí prisión de metal pero no sentía la pierna derecha, me asusté tanto y comencé a gritar. Según recuerdo habían seis autos en el choque. Y fallecieron cuatro personas.

Mi sangre se cristalizaba, se congelaba.

Y volví en la realidad, mi auto había quedado atrapado entre otros dos, estaba hecho trizas y los doctores no entendían cómo es que había quedado vivo con semejante daño. La vida me estaba jugando una mala pasada.

Después de casi 4 horas de agonía, por fin me sacaron de ahí y me llevaron de emergencia al hospital. Mi arteria se había roto y la parte inferior de mi pierna estaba muy dañada. Estaba destrozada. Me llevaron a quirófano y ya no había nada que hacer.

Cuando desperté, tenía un pie y un muñón.

—Hansol.

Una Razón Para Vivir (Verkwan) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora