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Me cruje la espalda cuando levanto la pesada caja del suelo. Me dirijo con prisa hacia la furgoneta de mi padre para evitar tener el peso demasiado tiempo en las manos.

—¿Necesitas ayuda? —se ofrece mi padre y, con bastante menos esfuerzo del que yo hago, me quita la caja de las manos y la guarda en el maletero.

—Gracias, papá —abro y cierro las manos para que la sangre vuelva a circular por mis dedos.

—¿Cuándo tienes que irte? —me pregunta poniendo los brazos en jarra —. No me digas que mañana.

—No, no. En una semana.

Mi padre nunca me escucha, como todos los padres del mundo. Después de haber pasado meses y meses preparándome el examen de ingreso a la universidad, prácticamente sin pensar en otra cosa y de estar durmiendo poco, ese esfuerzo al fin ha visto la luz el día que vi mi número en los tablones de admitidos de la que va a ser mi universidad. Suzuka, dos años mayor que yo, mi mejor amiga y confidente, viviría ahora conmigo mi nuevo sueño.

—Entonces está bien, no quiero que le causes molestias a Suzuka, ¿queda claro? Procura recogerlo todo lo antes posible y lárgate de una vez —esto último lo dice medio en broma mientras hace un aspaviento de mano. O eso creo.

—Si... —digo pasándome la mano por la nuca al pensar en que pronto viviré con ella y podremos hacer lo que queramos.

—¿Vas a traer algo más hoy? —echo un vistazo rápido dentro de la furgoneta y veo que queda hueco de sobra para mi ropa y mis libros. Asiento —. Entonces, toma —me entrega las llaves —. Voy a ir un momento a casa del señor Tanaka, cierra cuando termines.

Lo veo marcharse y miro las llaves de la furgoneta en mi mano. Una furgoneta vieja con la carrocería llena de arañazos que mi madre odia, con esta ya es la segunda mudanza que está con nosotros.

Me doy la vuelta en dirección a la entrada arrastrando las chanclas que me quito con un movimiento de tobillo. Giro el llavero en mi dedo corazón, y a veces la llave me roza la palma de la mano con la punta. Subo las escaleras que llevan a mi habitación pensando en cuántas veces más las subiré antes de marcharme.

Mi habitación está prácticamente vacía. No porque me vaya y haya sacado todo, sino porque nunca se me ha dejado decorarla. Verla así me sobrecoge por dentro. He pasado prácticamente toda mi vida en esta habitación, estudiando, jugando... ¿Soñando? Suspiro y cierro la puerta detrás de mí. Me apoyo contra la puerta como en una de esas películas tontas románticas y noto papel con las palmas de mis manos. Me aparto de la puerta y observo el único cartel que hay colgado. Es la tabla periódica, siempre me gustó demasiado la química. Sonrío con tristeza, ya hace casi 6 años que la aprendí y utilicé para resolver formulas. Formulas que ahora se han complicado muchísimo más. Soy consciente de que me gradué hace menos de unas semanas, pero parece que sucedió en otra vida. También parece que sucedió en otra vida cuando tuve la discusión con mi madre al decirle que no seguiría sus pasos al no estudiar Derecho.

Voy hacia mi estantería empujando con los pies una de las cajas que me dejó mi madre para la mudanza, pensando en qué debo llevarme y qué no. No puedo llevarme todos mis libros. Guardo las llaves en el bolsillo mientras miro los títulos con un mohín. Va ser triste no llevármelos todos.

Tomo con cuidado los que más me gustan de la tercera y cuarta balda y los voy guardando en la caja. Todos los de la última balda son regalos, así que solo llevo los que sé que voy a necesitar conmigo en mi nuevo hogar. Cuando me siento sola siempre leo, así me duele menos. La única forma que encuentro para no pensar las cosas dos veces es leyendo o estudiando, probablemente por eso me es complicado elegir.

Querida MoaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora