VI

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Corro, escapo a toda velocidad sin ni siquiera pararme a pensar dónde voy y pudiendo romperme los calcetines.

Tropiezo un par de veces, una de ellas cayéndome de bruces y mojándome aún más si cabe, mientras me cercioro de que mi madre no ha sido capaz de perseguirme. Pensar que pueda venir detrás y volver a llevarme a esa casa de mentiras me hace calzarme mis zapatillas, que apenas son un consuelo para mis pies helados, atarlas y continuar.

Camino bajo la lluvia, dejándome que me cale y pisando algunos charcos sin querer.

Me siento sola, perdida. Desamparada. Engañada. Manipulada.

¿Y ahora? ¿Hacia dónde me dirijo? ¿Puedo volver a verla después de todo esto?

Me detengo bajo el techo de un conbini, ya fuera de mi vecindario, donde poder hacer una llamada y veo que la llamada con Suzuka aún continúa. Me acerco, extrañada, el auricular al oído.

-¿Su-suzuka? -tartamudeo a causa del frío.

-Oh, ¡Yui! ¡Al fin! ¿Estás bien? Lo he escuchado todo, se te olvidó colgarme -me dice aliviada.

-¿Lo has oído?

-Hum.

Miro el reflejo de las luces del semáforo en los charcos y cómo se desfiguran al pasar las ruedas de los vehículos por encima mientras la gente pasa por mi lado sin notar mi presencia.

-Es una hija de-

-Shh, no te rebajes a su nivel -me corta -. Está lloviendo, ¿no? Vuelve a casa, va a pasar el último tren ya mismo. Si te das prisa, podrás subirte.

Me paso la mano por el flequillo chorreando y la pulsera en mi muñeca se mueve.

-Aún no puedo volver. Tengo que hablar con ella.

-¿Pero Yui que va a pasar con el okonomiyaki?

Me alejo el teléfono y me quedo mirando la pantalla y veo los segundos aumentando en la llamada. Veo enfrente de mí un taxi y, sin pensármelo, cuelgo a Suzuka, apago el teléfono y levanto la mano para que pare.

Me cruzo de acera después de mirar a ambos lados de la carretera y el taxista para. La puerta trasera se abre y me monto. Le indico la dirección y se pone en marcha.

-Vamos a tardar un buen rato por la dichosa lluvia, te saldrá cara la carrera.

Lo veo bajando la palanca del contador y yo me acurruco en mi asiento sin decirle nada. Pienso en Moa y en todo lo que me obligué a olvidar. Su manera de hablar, sus gestos, su risa, su calor... Sobre todo lo último es lo que más necesito.

Al cabo de unos veinticinco minutos por autovía, llegamos a su barrio, algo más despejado de tráfico que en el centro. Le pago la carrera con parte del dinero de mi padre y me pregunta antes de bajarme, ya con un pie fuera, si voy a volver pronto, para esperarme, pero un señor trajeado toca en la ventanilla y niego con la cabeza. Tampoco sé cuánto voy a tardar.

Corro bajo la lluvia hacia el portal y entro detrás de una pareja que comparte paraguas. Subo con ellos en el ascensor y la chica me mira disimuladamente, probablemente preguntándose por qué no llevo ni chubasquero ni paraguas. Me bajo antes que ellos y veo la vista nocturna del rellano. No hay nadie, justo como cuando vine hace unas horas. El sonido del agua corriendo por alguna parte me distrae. Voy hacia su puerta y toco al timbre, esta vez sin titubear. Oigo movimiento en el interior, doy un paso hacia atrás cuando escucho la puerta abrirse y me abrazo a mí misma.

-¿Sí? -. Veo su cara sonriente por la rendija de la puerta. Intento sonreír, pero por el frío me sale una mueca. Su cara cambia drásticamente al verme -. ¿Tú otra vez? -me dice con cansancio y con mala cara -. ¿Voy a tener que denunciarte? -me amenaza y yo no puedo parar de tiritar, lo que no sé es si de miedo o de frío.

Querida MoaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora