Capítulo 2: El Error

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Un profundo aroma a lejía mezclado con ambientador de vainilla fue lo primero que se coló por mi nariz. Una amplia sala tan blanca que cegaba era lo primero que se encontraba al entrar, totalmente opuesto a lo que el edificio mostraba exteriormente, acompañada de una recepción, sillones de terciopelo celestes y posters informativos sobre la academia, promocionando la música y las artes en general. Sentí algunas miradas posarse sobre mí a medida que avanzábamos por la estancia y me apegué más a mi hermano que, a pesar de estar tan muerto de miedo como yo, se mantenía firme. Llegamos a la recepción y Sam soltó su maletín que contenía el violín en el suelo, y con total naturalidad se apoyó en el mostrador, captando la atención de la joven recepcionista.

— Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? —dijo ella con una amplia sonrisa artificial.

— Sí, buenos días. Somos alumnos del curso extraordinario de verano —. Su voz tembló al final.

—Déjenme su identificación, por favor.

Rebusqué en mi bolso mi cartera y saqué mi carné de identidad. La muchacha inspeccionó el de mi hermano y el mío y acto seguido tecleó rápidamente en el ordenador. Segundos después nos devolvió los carnés.

— Perfecto. Si seguís el pasillo de la derecha encontraréis las taquillas donde podréis dejar vuestras pertenencias, estas son las llaves —Sacó dos llaves pequeñitas ofreciéndonosla a los dos—. Más adelante hay una sala de espera y en unos quince minutos estará con vosotros el coordinador del curso y él os explicará el resto. Disfrutad y tened un buen día.

—Igualmente —respondió Sam más entusiasmado.

Yo asentí tímidamente con la cabeza y caminamos hacia las taquillas. Eran pequeñas, pero con suficiente espacio para mi bolso, y la mía era contigua a la de Sam. Metí allí mis pertenencias y Sam solo se quedó con su violín, el cual le requerían para las clases, aunque dudó por unos segundos si había sido buena idea traerlo consigo el primer día. Ambos en silencio continuamos el pasillo hasta llegar a aquella sala de estar, acogedora y con varios alumnos ya presentes; mi hermano y yo éramos los únicos que íbamos juntos. Nos sentamos en un sillón naranja al lado de una chica rubia (o pelirroja, no podía determinarlo) que movía la pierna de un lado a otro y con la mirada perdida, tal vez con tantos nervios como yo. Sam se ajustó las gafas y resopló echando una ojeada al impecable suelo de madera.

— ¿Estás bien? —susurré.

—Sí sí. Ya sabes. Un poco nervioso.

Acaricié su hombro para tranquilizarle y me apoyé en él. Observé a algunas personas con maletines para llevar sus instrumentos y me sentí vacía sin mi piano. Me veía obligada a usar uno que no era el de mi casa o el de mi conservatorio, y los cambios no son precisamente mi fuerte. Me pregunté si para Zack todo esto también era un cambio; solíamos pasar los veranos juntos en su casa del campo y este año no podría verme. Definitivamente las cosas habían cambiado, pero ya no teníamos dieciséis años. Deseé estar con mis auriculares para perderme en otros pensamientos, aquel silencio incómodo de la sala de estar era infernal y volvía loca a cualquiera. Miré de reojo a la chica sentada a mi lado morderse las uñas como una desquiciada, pero debió de percibir mi incumbencia y paró de inmediato, aclarándose la garganta. Me separé un poco de ella para no incomodarla. Genial Beth, buena forma de hacer una amiga. El tiempo parecía ser eterno y no veía el momento de que aquello acabase cuando una de las puertas se abrió y un hombre calvo con un papel en la mano se paró allí en medio. Todos nos pusimos de pie.

—Bienvenidos a la Academia Real de Música de Edimburgo —dijo el hombre con un gran torrente de voz—. Me llamo Billy y soy el coordinador del programa. Cada uno de aquí estáis especializados en una materia, por lo cual vamos a empezar dividiendo los grupos...

Los Girasoles de BethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora