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Capítulo 4 | Reina Cisne

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Para mí, el ballet era una manera en la que podía escabullirme de la realidad aunque solo fuese unos instantes. Una vía de escape en la que solo existíamos la música, mi cuerpo y yo. Bailar me hacía sentir maravillosamente bien, sobre todo, porque exigía esfuerzo, concentración y un control absoluto. El ballet me permitía comunicarme corporalmente con los demás, expresando mis sentimientos u estados de ánimo con cada uno de mis movimientos.

Hoy en día, la danza era una parte muy importante de mí.

Aunque cabe mencionar que no siempre fue así.

Todavía recuerdo lo mucho que odié mi primera clase de ballet. En ese entonces yo solo tenía cuatro años y lo único que realmente quería era entrar al equipo de futbol para estar con Lucas, mi mejor amigo. Sin embargo, mi madre decía que el futbol era cosa de niños y prácticamente fui obligada a unirme a la academia a base de engaños que implicaban golosinas.

Todos sabemos que ningún niño de cuatro años puede resistirse a las golosinas.

De cualquier forma, mi odio hacia el ballet no duró mucho tiempo. Cuando cumplí ocho años, descubrí que la danza era algo que se me daba bastante bien. Las profesoras me adulaban, mis compañeras me admiraban, y siempre conseguía el papel principal en las obras de la academia.

Según mi madre, mi talento era algo que había heredado de ella.

Helena Dawson una vez fue una de las mejores bailarinas de ballet profesional que haya existido. Ganó concursos, consiguió premios increíbles, e incluso obtuvo papeles importantes en las obras más famosas de Nueva York y Rusia. Ella tenía un gran futuro y una carrera brillante por delante, pero cuando se encontraba en lo más alto de toda esa fama, quedó embarazada de mí. 

No era ningún secreto que mamá y papá nunca planearon tenerme. Algunas veces, cuando peleaban, mi madre solía culpar a mi padre por haberle arruinado la vida, pues a pesar de que ella trató de interrumpir su embarazo muchas veces, mi padre no la dejó hacerlo. Quizás mi madre hubiese podido retomar su carrera profesional después de tenerme pero, desafortunadamente, poco después de dar a luz tuvo un accidente en el que terminó rompiéndose el tobillo izquierdo.

Lucas solía decir que la obsesión que tenía mi madre por forjarme una carrera de bailarina profesional era porque quería cumplir el sueño que ella no pudo lograr utilizándome a mí.

Y sonará cruel, pero en el fondo, siempre he sabido que Lucas tenía razón. 

—Eso fue hermoso, lo más hermoso que he visto hasta ahora —exclamó uno de los jueces cuando terminé mi presentación.

—No tengo palabras para describir lo que vi —agregó otra juez—. Tus movimientos son tan precisos y controlados que es casi imposible dejar de mirarte.

El último en dar su veredicto fue el juez Varick Zeling, cuya opinión era la más importante al ser el director que dirigiría la obra que se llevaría a cabo en nuestra academia. Zeling era uno de los directores más famosos y aclamados de la época. Obtener un papel en una de sus obras significaba dar el primer paso para consolidar una carrera profesional en el mundo del ballet.

—No voy a mentir, hubo momentos en los que no parecías estar muy segura de la coreografía, pero... —Sus ojos me observaron detenidamente, poniéndome la piel de gallina—. La manera en la que dejas que la música fluya a través de tu cuerpo, con movimientos suaves y elegantes es... sencillamente exquisito. Tienes un control que solo puede alcanzarse tras años y años de práctica.

—Muchas gracias —murmuré, avergonzada.

—Eso es todo, Blaire, puedes retirarte —me indicó la profesora Sofie.

Cita a Ciegas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora