Cada día, cuando llegaba la hora de dormir y las estrellas se hacían presentes, había una presión inexplicable en su pecho.
Mientras todos descansaban y el mundo estaba en silencio, las lágrimas empezaban su viaje por la silueta de su cara.
De repente todos los recuerdos insistían en volver, las manos ajenas que la mancharon por siempre, las palabras que le rompieron el corazón tantas veces, los golpes que a pesar de que ya no dolían se sentían pesados en su alma.
Para muchos pensar en el futuro es una gota de esperanza, pero a ella... El futuro le aterraba, cómo se puede pensar en un futuro cuando a penas sobrevives el día a día.
Y entre el abandono y la soledad, abrazaba su almohada, la abrazaba tan fuerte, pensando en los que ya no están, y a veces, tontamente, imaginando que la almohada la abrazaba de vuelta.
Reproducía la canción que a pesar de no tener palabras, contaba una historia atrapada en su recuerdo con dolor.
Y finalmente, cuando los párpados pesaban, iba perdiendo la cordura, rogando no despertar para ver otro día.