Cuando me levanté aquel día lo primero que se me pasó por la mente fue lo que iba a hacer con Husk. Me sentía emocionada de alguna manera.
Antes de dormirme había pensado en llevar dinero de más para romper nuestras rutinas diarias. ¿Sería una buena idea? No lo sé.
Como me levanté temprano cerré un rato mis ojos. Después de unos minutos me fui a asear y salí de mi apartamento. Eran como las nueve y cuarenta y cinco de la mañana, el restaurante no quedaba tan lejos después de todo.
Y mientras iba caminando me lo encontré. Qué coincidencia, ¿eh? Sin pensarlo, me le acerqué.
Lo miraba muy pensativo. ¿Nervios? Quizá. No le encontraba pinta de que él estuviera acostumbrado a ir a un restaurante con alguien más.
Decidí sacarle plática para que esa tensión se le fuera, ¡y lo logré! Y así fue incluso en el restaurante haciendo que el desayuno fuera más cómodo y que no hubiera un puto silencio arruinando el momento mientras le contaba anécdotas chistosas que me habían pasado décadas atrás con otros demonios.
Cuando nos quedábamos callados pensaba en las demás vueltas que podíamos dar cuando terminara el desayuno.
Cuando terminó aquello y salimos del restaurante, decidí preguntarle qué haría en ese momento —y ya era obvio qué iba a hacer—, él me dijo que lo mismo de siempre: apostar y beber. Pues yo le ofrecí más salidas, yo tenía más dinero.
Él aceptó de manera avergonzada. ¡Por favor, michi!
Fuimos a varios lugares; almorzamos juntos. Anduvimos en varios clubes; se me pasó la idea de ir a un arcade, hace tiempo que no iba a uno.
Las risas y el humor negro y vulgar estaban siempre presente para nosotros dos. Era extraño y lindo verlo sin aquella expresión malhumorada en su rostro o como yo lo pensaba: «cara de orto», pero bueno. Valía la pena hacerlo reír, ¡de verdad! Y eso hacía que yo tuviera intenciones de hacerle reír aun más.
Alastor, gracias por traerme a otro demonio a mi no-vida que valiera la pena. De verdad, gracias.
Él me enseñó a jugar póquer en un club. Me acordé de que la escalera real era invencible, así que yo me quedé tipo «¡Ja! En tu cara, puto», y pues, gané, ¡después de tantas partidas perdidas! No sé cómo, pero improvisé un baile de victoria ante eso.
En fin, amé el tiempo con él. Demasiado, en realidad. Lastimosamente, cuando lo llevé a la azotea de un edificio para ver una película de comedia no me había percatado de la maldita hora y nos tuvimos que ir al hotel.
Cuando llegamos lo dejé solo con sus amigos en el casino y me fui al bar.
Mis pensamientos sobre el buen momento que pasamos juntos seguían rondando por mi cabeza, causándome cierta felicidad, haciendo que sonriera levemente.
—¿Y eso que entraste con alguien al llegar acá, T/N? —me preguntaban curiosos y pícaros los clientes.
—Por favor. ¡Solo anduvimos por ahí! —respondí, mientras hacía un cóctel de aguardiente y naranja.
—¿Haciendo...? —preguntó uno, pícaro.
—El delicioso —agregó una con burla.
—Ay no —suspiré—, y denle con esa pendejada —y terminé el cóctel y se lo entregué al cliente.
Ellos se echaron a reír. En ese momento se empezaron a escuchar varios gritos:
—¡A Husk le gusta T/N! ¡A Husk le gusta T/N!
Los demonios que estaban conmigo me quedaron viendo y yo solo me eché a carcajadas.
—¡Cierren el orto o les parto el culo! —escuché y, aparentemente, fue Husk quien lo dijo.
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B A R L A D Y [HUSK x TÚ (OC)]
Fiksi PenggemarDurante tantas décadas ella tan solo se enfocaba en su trabajo y nada más mientras que cada vez se olvidaba de los millones de placeres que el Infierno tenía que ofrecer: sexo, drogas, etcétera... Entre los vicios que ella miraba a diario en el bar...