Chapter I

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— "Ex terra aqua ex

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"Ex terra aqua ex."

Silencio. Frunciendo el ceño, repitió las palabras del conjuro una segunda vez. Y una tercera. Pero el cuenco lleno de tierra se mantenía inalterable, como si se burlara de la imposibilidad del joven para hacer aquello que deseaba. Con un gruñido, se apartó de la mesa de madera, dejándose caer en la silla más cercana. Su frustración era palpable. Le parecía irónico que en los momentos de más necesidad fuera capaz de utilizar los hechizos más difíciles pero en aquellos instantes, en donde lo único que hacia era practicar, le era completamente imposible llevar a cabo hasta el más simple de los conjuros.

Cerrando los ojos, intentó concentrarse en aquello que estaba haciendo y se levantó con una nueva determinación, abriendo los ojos y fijándolos en el cuenco con tierra. El ruido de la puerta abriéndose de par en par lo sobresalto.

—¡Gwen!—precipitándose a ocultar tras de sí la mesa con el cuenco, se situó estrategicamente entre la morena y su secreto.—¿Ha pasado algo? ¿Que te trae aquí a estas horas?

—Los guardias acaban de llegar del bosque con una prisionera y Arturo quiere que estés allí cuando sea llevada ante el rey.

Frunciendo el ceño, Merlín se señaló así mismo sin comprender del todo el porque el príncipe requería su presencia en un asunto que no tenía nada que ver con él. Aunque bien era sabido que solía estar en las reuniones donde estuviera el heredero de la corona por ser su sirviente personal, no era normal que fuera el propio príncipe quien lo llamara. Simplemente el se adentraba en la sala y observaba todo desde su puesto habitual.

—¡Merlín!—el grito de la morena lo sacó de sus pensamientos. Asintiendo repetidamente con la cabeza -con tanta fuerza que bien podría haberse roto el cuello-, salió de las dependencias que compartía con Gaius después de Gwen, asegurándose de que la puerta se encontraba bien cerrada para evitar posibles intrusiones de desconocidos.

Los fríos corredores de piedra y mármol estaban desiertos como siempre que paseaba por ellos. El gran palacio que presidía a Camelot era un edificio demasiado amplio para las personas que lo habitaban. Por más sirvientes que recorrieran aquellos pasillos, estos siempre se encontraban vacíos. Merlín se preguntaba a veces cual era la capacidad real de aquel lugar, que según él bien podía dar cobijo a miles de personas pero que apenas daba hogar a unas cientas.

Deteniéndose en las puertas que daban acceso a la sala principal del castillo, el joven brujo respiró hondo antes de entreabrir las grandes y pesadas puertas e ingresar dentro de la estancia, seguido por una nerviosa Gwen. El ambiente tenso se respiraba y Merlín podía jurar que era capaz de cortarlo con una espada.

Caminando hasta el lugar en donde se encontraba su señor, los ojos claros del joven se dirigieron con curiosidad a la joven que se encontraba de pie frente al rey. El primer término que se le ocurrió para describir a la invitada era hermosa. Y el segundo: valiente. En opinión del veinteañero, el simple hecho de mantenerse en pie y sin temblar ante la mirada enfurecida del rey era todo un acto de valentía muy parecido al necesario para enfrentarse a una criatura peligrosa. Merlín muchas veces pensaba que Uther era mucho más peligroso y letal que algunos de los monstruos con los que había tenido que luchar en todo el tiempo que llevaba bajo las órdenes del príncipe.

Se detuvo al lado de Arturo, que lo fulminó con la mirada. Se encogió de hombros, para que acto seguido ambos se fijaran en la prisionera.

Desde aquel lugar, Merlín era capaz de ver con más claridad las facciones de la dama. Unas facciones que se le hacían ciertamente familiares. La forma del mentón, los pómulos afilados, los ojos azules... El joven hechicero encontraba una gran familiaridad en aquella joven de vestido violeta y largos cabellos castaños, pero no sabía exactamente como era posible. Estaba seguro de no haberse encontrado jamas con dicha dama.

—Así pues... sois una bruja.

Las palabras de Uther captaron la atención del moreno, que como siempre que se hacía dicha acusación, sintió como su corazón empezaba a latir de forma incontrolable en su pecho. El miedo era lo que siempre atenazaba su cuerpo cuando el rey hacia alusión a la magia. El miedo de ser descubierto y enviado a la horca.

—Sí.—la voz fuerte de la joven resonó entre las paredes de piedra, dejando un silencio detrás de ella.

No era demasiado común que un acusado de brujería admitiera en voz alta y con evidente orgullo que la practicaba, en aquella habitación, mucho menos delante del rey. Era como si con sus palabras clavara el último clavo de su ataúd.

—Y ni siquiera os molestáis en negarlo.—con una sonrisa cínica, el rey se acomodó mejor en su trono, sin dejar de admirar a la joven frente a él.—Habéis venido pues a que yo os mate.

—Que yo esté aquí es un error. Mi hechizo me debía hacer viajar entre reinos, no entre mundos.—Y no entendía como podía haber fallado un hechizo tan sencillo y que había usado con gran asiduidad en los últimos meses. Quería creer que había sido su prisa por regresar a su hogar lo que la había hecho fallar en alguna palabra clave del encantamiento.

—¿Mundos? ¿Que queréis decir, bruja?

La dama lo fulmino con la mirada ante el tono despectivo con el que había dicho aquella palabra. Y Merlín apreció aquel acto por la valentía que requería llevarlo a cabo. Aunque el hechicero también se encontraba curioso por saber a que se refería la joven, al igual que todos los presentes en la sala.

Sala que se encontraba en un completo silencio cuando la joven acusada, con una sonrisa en sus labios, decidió hablar por fín.

—Lamento no haberme presentado antes, sire.—hizo una leve reverencia antes de volver a erguirse, cuan alta era frente al rey.—Soy Lady Merlín, consejera y hechicera personal del rey Arturo Pendragón de Camelot.

MerlínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora