Capítulo 4 | Lienzo en blanco

20 3 3
                                    


Trato de concentrarme en el lienzo frente a mí, buscando algo de inspiración. Balanceo la paleta en mi brazo izquierdo, tamborileando el pincel en mi pierna manchando de pintura gris la misma mientras escucho las voces de los clientes y los alegres comentarios de Laura fuera de mi oficina. Ella era la única amiga que había hecho en mis escasos años en esta ciudad, su sentido del humor, su alegría contagiosa y su sinceridad fueron lo suficiente para unirnos.

—Llevas más de tres horas en esa misma pose... pareces estatua. ¿Acaso te dio un bloqueo? —Menciona ella al entrar y verme frente al lienzo.

—Algo así, no logro concentrarme.

—Bueno, date tiempo, siempre logras hacer cosas maravillosas. —juguetea con uno de mis blocs de dibujos pasando las páginas en las que había dibujado pequeños bocetos de flores, de la ciudad, de Mandy y las últimas de Alex en el club. —Acabo de convencer a una pareja de ancianos para que lleven una de tus pinturas eróticas. —Pasa su dedo esparciendo el carboncillo en la imagen de Alex.

— ¿Enserio? Usualmente son los solteros quienes compran. —Dejo los utensilios en el escritorio manchando la madera en el proceso. — ¿Qué les dijiste? —Pregunto al ver su sonrisa pícara mientras trenza su cabello negro.

—Oh, Mari, les dije lo suficiente. —Ríe y yo lo hago al mismo tiempo, su risa siempre ha sido contagiosa. —Ya sabes, tener sexo viendo porno artístico. Si el pobre senil no se excita con eso ya es un asunto de emergencia. No disfrutar del delicioso puede ser perjudicial para la salud.

—Ojalá no vengan a exigir devoluciones.

—No lo harán, se fueron contentos. A pesar de la edad parece que se adaptaron a la modernidad de nuestra era.

El timbre suena de nuevo y Laura sale poniendo los ojos en blanco pidiendo vacaciones en un susurro. La verdad que en este taller de pintura era concurrido tanto por turistas como por clientes que disfrutaban del arte tanto como para gastar dinero en ello.

No vendía lo suficiente pero sí lo necesario para seguir manteniendo el negocio, incluso para pagarle una semana de vacaciones a Laura. Si bien el arte puede ser barato, me dedicaba lo suficiente como para exigir el precio justo por mi trabajo.

Al menos tantas horas sin dormir deberían rendir frutos.

Tomo el cuadernillo entre mis manos revisando el boceto que hice anoche para tranquilizarme, solo se ve el perfil de un hombre y la barra del club con bebidas alcohólicas, todo difuminado para darle profundidad.

Me dirijo al lienzo en blanco y comienzo a trazar con un lápiz HB, intentando recrear el dibujo del cuadernillo. Comienzo con el cuerpo, dibujando con detalle su ropa, tomándome el tiempo en cada botón sin asentar mucho la punta del lápiz.

—Adelante. —Grito sobre mi hombro al escuchar unos golpes en la puerta sin dejar de dibujar.

—Mari, un cliente te busca. ¿Lo hago pasar?

— ¿Un cliente? —Pregunto sorprendida, porque no es algo usual que busquen hablar conmigo, ni siquiera respecto a las pinturas.

—Sí, quiere hablar específicamente contigo. —Cierra la puerta detrás de ella, apoyándose en ella. — ¡Está guapísimo!

Me río con ella negando ante su indiscutible emoción.

—Está bien, hazlo pasar. —Recojo las cosas del escritorio y las dejo en una mesita junto a un caballete vacío.

Me siento en el sillón ortopédico que mi madre escogió en una de sus visitas para ayudarme a remodelar el lugar y espero, tratando de limpiar las manchas de pintura del escritorio con la manga de mi mandil.

LovelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora