Desastre

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El sonido de su boca al masticar jamás había sido tan irritante, espeluznante y sonoro que en ese preciso momento. Mamura pensó en ignorar ese ruido con la única solución de colocarse los audífonos y perderse en la música, pero hasta él mismo sabía que eso sería completamente inútil y algo deshonesto consigo mismo: siempre estaría pendiente de todo lo que ella hacía y hace, lo que le rodea y afecta; incluso sus ojos no eran cómplices suyos y lo traicionaban, porque ellos rastreaban instintivamente el lugar donde ella yacía. Siempre estaba buscándola, y eso a Mamura le hacía retorcer el estómago de la molestia.

¿Qué había hecho con él? Nada, Mamura sabía perfectamente qué es lo que tenía.
Amor.

Ella había llorado frente a él, sus lágrimas habían derrapado por las curvas frágiles y tersas de sus mejillas, envainándolas con la humedad y frescura del agua, aunque por el momento no había ningún rastro de frescura en ella. Entonces, ¿qué tanto le había dicho el maestro para dejarla en este estado deplorable?

Mamura dejó de contar las veces que lo maldijo ese día a partir de la centésima vez, ya después de conocer los motivos del rechazo. Shishio realmente había sido un cobarde, una rata cuya cola arrastró de manera estúpida cuando decidió huir y no enfrentar el problema como debía.

¿No se suponía que cuando dos personas se querían ellos deberían estar juntos? El rubio eso pensaba, pero tampoco permitiría que ella regresase a los brazos de un hombre que nunca pudiera protegerla de salir herida cuando eso era lo único que lograba hacer con ella. La lastimaba tanto, que hasta pareciera que le encantaba clavarle dagas picudas a su corazón, y todo por mera diversión del supuesto "adulto".

No volvería a permitir eso porque la felicidad de Suzume era su felicidad.

El tiempo transcurrió, pareciera que sus heridas iban sanando -o Mamura pensaba eso- porque la veía cada vez más enérgica y alegre, casi parecida a la chica que lo enamoró a su momento. El chico había dado lo mejor de sí para que eso sucediera, para que ella no volviera a romperse o dejar que alguien más la rompiera, y esa expresión desolada cruce, aún por el instante más breve y corto, su rostro; incluso comenzaron a "salir", sin darse cuenta y por pura farsa. Y no es que hubiera sido incómodo para él, aparte de eso, pero le formaba expectativas, de las expectativas venían las ilusiones y de éstas ya se formaban inútilmente las esperanzas. Mamura comprendía que ella no podría verlo como algo más, y menos ahora que ella todavía se encontraba con el corazón sanando lentamente y cerrando las heridas. No podía forzarla a que lo viera con otros ojos. No por ahora. O tal vez nunca. Temía intentarlo.

Pero Mamura la quería. ¡Al demonio! Claro que sí la quería. La amaba.

La amaba de esas maneras en las que uno ama más que a su propia alma, que desea más la felicidad ajena que la personal, que dejaría todo por ver una sonrisa más en ese rostro cubierto de un mar espeso de infelicidad. La amaba tanto que su pecho campaneaba, ardía y escocía cruelmente después de haberse confesado de imprevisto y con torpeza.

Su amor hacia ella le recordaba al fuego y al hielo, algo bello en la presencia y a su lejanía, cuando sus sentimientos por ella no desbordaban y cortaban, pero a su contacto, al tenerla cerca mientras ella hacía y decía cosas espontáneas que lo ilusionaban, quemaban con fiereza y sin diplomacia.

No pudo evitar el sentir algo estallar en su interior cuando aquella mañana abrió la puerta de su casa y se encontró con la chica, completamente desaliñada y con los cabellos revueltos colgándole de la coleta y unos cuantos pegados a su frente por el sudor que le produjo correr hasta ahí. Hasta él.

-¿Qué..? ¿Qué diablos estás haciendo? -Preguntó algo desconcertado, siendo incapaz de encontrar alguna respuesta cabal. Ella había murmurado algo y prosiguió hablando. Mamura escuchó todo, completamente todo.

Suzume Yosano jamás se había visto más hermosa que en ese momento. Y eso fue lo último que pensó Mamura, antes de entrar de nuevo a casa y prepararse para el colegio. Ese día no comió nada, su apetito desapareció, ya que la tanta felicidad que lo embargaba y la incapacidad de creer todavía lo que sucedió le arrebataron sus sentidos y necesidades básicas, porque Mamura sabía que no necesitaba otra cosa más.

Todo le era suficiente si ella estaba a su lado.

Esa chica sí que había hecho un lío con él.

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N: Lo escribí hace meses por lo que está en una parte antes de que Suzume tomará la decisión final. Trate de generalizar su historia hasta cierto punto.
Lamento estar subiendo todo tipo de historias últimamente, supongo que lo hago para tenerlas en um lugar donde luego las recupere. (?)

Hecho un líoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora