Sueño Curioso #3: Entre el Tiempo y el Deseo

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Me despierto tranquilo en la mañana de un sábado, disfrutando de la calma que trae el fin de semana. El sol se filtra a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación con una cálida luz matutina. Los rayos de sol juegan con las sombras, creando patrones en las paredes que parecen danzar lentamente. Me estiro perezosamente, sintiendo cada músculo despertarse con lentitud, saboreando la quietud del momento antes de decidir levantarme. La brisa matutina entra por la ventana entreabierta, trayendo consigo el aroma fresco de la hierba recién cortada y el canto distante de los pájaros. Con pasos lentos y somnolientos, me dirijo al baño, sintiendo el frío del suelo bajo mis pies desnudos. Cada paso es una transición suave entre el confort de las sábanas y la realidad del día que comienza.

Una vez en el baño, tomo mi cepillo de dientes y comienzo a cepillarme. Los movimientos repetitivos y automáticos me dan una sensación de rutina y normalidad, una forma de prepararme para el día. Sin embargo, en un descuido, el cepillo se me resbala de la mano. Intento atraparlo al vuelo, pero parece que se queda suspendido en el aire por un momento demasiado largo, como si el tiempo mismo hubiera decidido tomar un respiro. Confundido, alargo la mano para recuperarlo y lo devuelvo a su sitio con un leve desconcierto. Me detengo un momento, mirando el cepillo como si esperara que hiciera algún truco más. La extraña sensación de que algo está fuera de lugar persiste, un cosquilleo en la base de mi cuello. Sacudo la cabeza, descartando la sensación extraña, y decido ver la hora.

Miro el reloj de pared, pero algo no está bien. La aguja de los segundos está detenida, como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Un escalofrío recorre mi espalda, erizando los vellos de mi piel. Parpadeo varias veces, frotándome los ojos para asegurarme de que no estoy soñando. El reloj sigue detenido, y el silencio en la casa se siente más profundo, casi palpable, como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración. Me concentro intensamente, intentando entender qué está pasando. Cada segundo que pasa se siente como una eternidad. Cierro los ojos, respirando profundamente y, sin saber exactamente cómo, intento imaginar que el tiempo se mueve de nuevo.

Abro los ojos y, para mi asombro, la aguja del reloj empieza a moverse lentamente, recuperando su ritmo habitual. Mis manos tiemblan ligeramente mientras observo este fenómeno. El sonido del tic-tac vuelve a llenar el espacio, pero ahora parece más resonante, más significativo. Así es como, en ese momento de incredulidad y asombro, me doy cuenta de que tengo la capacidad de controlar el tiempo. La revelación me deja atónito, con la mente llena de posibilidades y preguntas sin respuesta. ¿Qué significa esto? ¿Por qué yo? Las posibilidades se arremolinan en mi mente, cada una más fantástica y aterradora que la anterior. El poder de controlar el tiempo está en mis manos, y con él, un mundo de oportunidades y responsabilidades que aún no comprendo del todo.

Más tarde, mientras me preparo para comenzar el día, escucho un ruido extraño proveniente de otra parte de la casa. El sonido es sutil, un leve crujido seguido de un golpeteo irregular, pero lo suficientemente inquietante como para hacerme detener lo que estoy haciendo. Mi corazón comienza a latir más rápido y una sensación de miedo me invade, escalando desde mi estómago hasta mi garganta. Intento racionalizar el ruido, pensando que quizás es solo la casa asentándose o tal vez un animal afuera. Sin embargo, no puedo evitar sentirme nervioso. La casa se siente más grande y vacía, como si cada sombra ocultara un misterio.

Con cautela, me acerco al origen del sonido, cada paso resonando en el silencioso pasillo. Mis pies descalzos hacen un eco casi imperceptible contra el suelo de madera, y mis sentidos están en alerta máxima, captando cada pequeño detalle a mi alrededor. De repente, el ruido se repite, esta vez más fuerte y más cercano, como si algo o alguien se estuviera moviendo con intención. Un escalofrío recorre mi espalda y mi mente entra en un estado de alerta. La sensación de ser observado se intensifica, haciéndome mirar alrededor con una mezcla de paranoia y curiosidad. Mi primer instinto es esconderme, desaparecer de la vista. Sin pensarlo demasiado, cierro los ojos y deseo fervientemente no ser visto.

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