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— Señor Bang, el automóvil que pidió le está esperando afuera— informó un pulcramente uniformado mayordomo, entrando a los aposentos del hombre nombrado, quien se hallaba admirando, de espaldas a él, la mediana maqueta de una carabela sobre un pedestal de roble rojo, el cual extendía su altitud hasta la cintura de su sonriente observante.

— ¡Ah! ¡Claro!— acomodó su saco de casimir negro y colocó sobre su cabeza ese tradicional sombrero de copa utilizado por la gran mayoría de los hombres de su época, e incluso por escasas mujeres para acompañar los vestidos más rústicos. Tomó por su asa el maletín de mano sobre su velador, y apuró el paso hacia la puerta principal de la mansión en que residía, pero fue detenido por una presencia femenina frente a él, la cual pellizcó su oreja, haciéndole quejarse y reír por el leve dolor que le causó tal acción.

— ¿Pensabas irte sin despedirte de tu madre?— cuestionó la mujer de cabellos ligeramente canosos a su hijo, quien enseguida la levantó del suelo en un juguetón abrazo giratorio que hizo reír a ambos, ocultando por breves segundos el gran sentimiento de aflicción que, como progenitora e hijo, habían sabido disimular casi a la perfección desde que el joven anunció su partida hacia América.

Y es que, a pesar de aún estar el uno junto al otro, la añoranza de la señora Bang había retumbado en sollozos la noche anterior en su habitación, siendo drenada en lágrimas sobre las sábanas color pastel de su colchón.

¿Qué peor castigo para una madre que permanecer separada de su hijo por quién sabe cuánto tiempo? No estaba preparada para lo peor, por lo que en su mente se repetía a sí misma que su pequeño iba a llegar a salvo a su destino, y que regresaría a casa de la misma forma, donde ella lo esperaría con los brazos abiertos.

— ¿No dejas nada?

— Mamá— habló el joven, con un notable tono de diversión—, me hizo empacar casi el armario entero, ¿y aún me pregunta si no dejo nada? Creo que hasta llevo de sobra— la bocina del automóvil que le esperaba justo en la entrada de su hogar hizo desaparecer las sonrisas de ambos individuos, convirtiéndolas en dos forzosos arqueos de labios—. Ya es hora...— besó profundamente la frente de la mujer, posando de manera delicada la palma de su mano diestra sobre una de sus maduras mejillas, y con todo el dolor que apuñalaba su corazón, se separó de ella, dispuesto a ingresar al vehículo, pero fue retenido otra vez.

— Espera— la fémina sacó del pequeño bolsillo de su vestido, un broche de plata con la forma de dos alas desplegadas, el cual ajustó en el nudo de la corbata de su hijo—. Era de tu padre, quería que lo utilizaras en tu primer viaje con Majestic. Sé cuán importante es esta oportunidad para ti, pero...por favor, Chris, cuídate mucho. Procura regresar antes de Navidad— sentenció con una quebradiza sonrisa, y después del doloroso y último abrazo de despedida, el de cabellos azabache finalmente subió al automóvil que lo llevaría.

Desde sus tempranos diez años, Christopher Bang había empezado a representar en dibujos el navío de sus sueños, ese que en su pequeña cabecita añoraba abordar algún día. Al ser el hijo del capitán de un prestigioso barco, todo lo referente al océano siempre fue de su máxima adoración, incluso muchas veces acompañó al mismo en sus diversos viajes alrededor de la gran Europa.

Fue a sus catorce años, cuando Chris se propuso transformar aquel bajel plasmado en un papel con crayones, en una obra palpable para todos en Londres.

Comenzó a preparar los planos desde los dieciocho, sin embargo, no fue hasta sus veintitrés, cuando ya había obtenido su título universitario como arquitecto naval, que estos fueron aprobados por una compañía inglesa para la construcción de embarcaciones, propiedad del mismísimo capitán Edward Smith, un gran amigo y compañero de su padre, quien estaría a cargo del proyecto en persona.

Castaway 《ChanLix》Where stories live. Discover now