4| El plan

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CAPÍTULO 4:"ᴇʟ ᴘʟᴀɴ;"

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CAPÍTULO 4:
"ᴇʟ ᴘʟᴀɴ;"

━ ¿QUÉ? REPASAMOS EL PLAN?

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¿QUÉ? REPASAMOS EL PLAN?

Macarena estaba interpretando el papel de líder, enfocada en el asunto y caminando frente a la mesa con los planos de la casa donde sería la boda de Ramala. El grupo, compuesto por Zulema, Andrea, Oksana, Macarena, Goya y Triana, se encontraba en un salón de juegos, perfecto para cumpleaños infantiles, en horas tardías. Tenían el lugar para ellas solas, considerando que Goya trabajaba allí y contaba con las llaves.

— Necesito que conozcáis la casa... — comenzó otra vez la rubia, pero calló al notar que carecía de atención.

Triana, que recién salía del pelotero, se encontraba con sus tendencias infantiles subiéndose a la espalda de Goya, su novia que le concebía todo. La pobre solo se había metido en el plan por Triana, quien deseaba como cría conocer el mundo y meterse en planes criminales. Oksana, por su parte, se encontraba en una de las sillas que rodeaban a la mesa principal, de piernas y brazos cruzados, mirando el alrededor, incomoda por la dinámica de pareja. Decidió aflojar el nudo de la corbata azul marino que hacía juego con su camisa blanca, maldiciendo a Andrea por obligarla a vestirse acorde.

Zulema prendía un cigarrillo y le pasaba el fuego de su encendedor a la italiana, para que hiciera lo mismo con el suyo. Ambas se encontraban en una mesa para dos, alejadas lo suficiente para no irritarse por el ambiente pero cerca para escuchar con atención. Aún así, la italiana podía importarle menos brindarle la atención que Ferreiro deseaba sobre su doceava explicación del plan. Sus ojos océano estaban puestos en la mora, quien estaba haciendo un trabajo excepcional al ignorarla con la mirada. Quizás ni la veía verla, Zulema parecía... Perdida.

¿En qué se encontraba perdida Zahir?

La pregunta rondando por su cabeza, una y otra vez, como una calesita.

— Necesito que conozcáis el lugar como vuestra casa, si es que tienen. — volvió a intentar Ferreiro.

La pareja de novias por fin se sentó frente a la mesa. Ambas, de alguna forma, no podrían verse más dispares. Goya con su ropa de trabajo, la camiseta violeta y un jogging negro; Azcoitia vestida como un unicornio rosa y blanco, solo le faltaban los cuerpos. Una que ya estaba en los cuarenta, la otra una niña de veinte añitos. Una recatada, la otra insolente. Las disparidades eran varias, un tiempo interesante podría utilizarse hablando de cada una y siempre faltarían, pero no eran importantes. Estaban enamoradas, ambas bien locas, después de todo.

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