Hermione sintió un fuerte mareo cuando se apareció en King Cross, el 1 de septiembre. Harry y Ron la sujetaban fuertemente de las manos como si fuera a escaparse, ella se sentía prisionera pero no se atrevía a desprenderse de sus amigos, ellos la cuidaban demasiado y sentía que hería sus sentimientos cada vez que decía que podía moverse sola. Allí entre el bullicio de gente esperando abordar un tren, se arrepentía de no haber aceptado las indicaciones del Dr. Thompson de ir a Hogwarts vía red flu. Hermione había insistido en que quería subir al expreso y disfrutar de su último viaje como estudiante a su amado colegio. Pero era la primera vez que salía del hospital en tres meses, y se sentía bastante mal.
Miró para atrás y la tranquilizó un poco ver a Malfoy rodeado de aurores. Pensaba que quizás se mantenía cerca por si ella se desvanecía en plena estación.
Estaba impecablemente vestido con un saco de cuero y pantalones de jean color negro. El cabello desordenado, como acostumbraba llevarlo últimamente, y los zapatos relucientes a simple vista. Ella se sintió un poco culpable al pensar que él se veía fantástico mientras tenía la mano de Ron sujetando su propia mano derecha.
–¿Estás bien, Mione? –preguntó el pelirrojo, desviando su atención.
–Sí –aseguró ella, antes de dar una segunda mirada al chico slytherin y cruzar la barrera.
Era un poco inquietante, y quizás debería analizar el hecho de que la presencia de Malfoy la tranquilizara. Quizás fuera porque él era el encargado -literalmente- de aliviarla. O al ménos de mantenerla aliviada, ya que con los horarios del doctor Thompson las crisis no habían vuelto a aparecer. Ella no quería pensar en eso, los besos de Malfoy habían dejado de molestarla y con las semanas ella incluso disfrutaba la sensación de la magia flotando a su alrededor.
No pudo dejar de notar las miradas de odio que todos dirigían a unos metros atrás de ella. El rubio estaba allí, ella lo sabía. Y todos tenían ganas de saltarle al cuello. Cuánto odio en la supuesta paz del mundo mágico. Pero los entendía, quizás ella también lo hubiera odiado si no fuera su medicina.
–¿Subimos ya? Todos nos están mirando –dijo un incómodo Harry, quien no se acostumbraba, aún después de tantos años, a ser el centro de atención.
Ron bufó molesto.
–No nos miran a nosotros, miran al imbécil de Malfoy. ¿Es que tenía que venir? Ellos quieren ver a los héroes de la guerra, no a ese mortífago.
–Hermione lo necesita, Ron –susurró el niño-que-vivió para que nadie lo oyera.
–Yo podría cuidar de ella, lo saben –aseguró el pelirrojo–, pero el maldito sanador de los coj...
–Suficiente, Ron –lo cortó Hermione con voz firme.
El muchacho frunció el ceño enojado.
Unos metros atrás, Draco Malfoy sabía que todos los ojos con dagas envenenadas estaban fijos en él. Murmuraban maldiciones y se codeaban entre ellos. Pero él no se dejaría amilanar. Aún no era hora del desayuno, así que ni siquiera pensaría en los imbéciles que querían asesinarlo, se concentraría en lo que compraría en el tren para comer. ¡Claro, eso si la señora del carrito le hablaba! Rió internamente por su propio chiste y subió con aire despreocupado al expreso, pasando al lado de Weasel y empujándolo en el proceso.
Tres aurores, entre ellos Raymond, ocuparon uno de los compartimientos con él.
–¿Estás cómodo, Draco? –preguntó el auror.
El rubio no entendía la necesidad del hombre de entablar relación alguna con él. Simplemente asintió y se dispuso a «disfrutar» el viaje a lo que sería un horrible año escolar. Se mostraba relajado y superado ante la situación, pero en realidad estaba temblando por dentro, tan nervioso como en su viaje de sexto año, él tenía aquella gran misión y no sabía cómo llevarla acabo. Al final terminó arruinándolo... Ignoró el gran peso en medio del pecho y cerró las cortinas, no quería reflejarse en los ojos de quienes lo miraban fuera de la ventana del tren.
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The one and only
FanfictionElla está destinada a morir, y él es su única esperanza de vida.