CAPÍTULO 7: LA EXPOSICIÓN DE ARTE

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La puerta de la habitación se abrió de golpe y Clou entró de prisa. Aún vestía una piyama larga y negra, que hacía sobresaltar sus grandes ojos miel y su cabello enmarañado. Me miró con alarma y se acercó a mí, impaciente.

–Kleire...eh, tranquila, soy yo, Clou–la voz le temblaba y salía en pequeños susurros disparejos.

–Yo, lo siento, he tenido otra pesadilla –me llevé la mano a la frente y me percaté que estaba empapada en sudor. El corazón me latía desenfrenado, como el motor de un ferrocarril dando su último aliento.

–Es exactamente lo que pensé cuando entré aquí. Te felicito por tu gran habilidad para despertar personas.

–Sí, lo siento Clou, debí decírtelo antes –

–Tú, querida, debes descansar. Estarás bien ¿verdad? –me apartó un mechón de cabello de la frente y me indicó que me acostara de nuevo.  Seguro lo estaría, Clou siempre tenía razón. Pero eso no detuvo el hecho de que estaba completamente aterrorizada por aquellas pesadillas que cada vez eran más y más reales.

A la mañana siguiente desperté sobresaltada. En mi habitación acostumbraba a sentir la luz del día muy temprano sobre mi cara, pero aquí todo estaba oscuro aún. Miré el reloj, marcaba las siete y treinta. Hora de levantarme sin despertar a mi amiga. Me duché rápidamente y me volví a vestir con una chaqueta de cuero y unas botas un poco más largas que lo usual; hacía frio. Bajé las escaleras y enseguida olí el delicioso aroma de café recién hecho. Demonios, se había levantado antes que yo.

–Ni lo pienses- gritó Clou desde la cocina.

–¿El qué?-

–¿En serio pensabas que te ibas a librar de la exposición saliendo a hurtadillas de la casa?

Mierda.

–No, no era lo que estaba pens…

–¡SHH! No más. Ahora come, nos espera un grandioso día.

–¿Cuánto durará el sacrificio?

–Lo que sea necesario –dijo burlona– lo que sea necesario…

El lugar donde Clou tomaba sus clases de arte quedaba a dos manzanas del instituto. Una pequeña casa con incrustaciones medievales la hacían ver diferente al resto de residencias que había por allí. Clou golpeó la pequeña puerta de madera, un hombre abrió y nos hizo pasar. Aquel sujeto vestía un overol manchado con pintura, zapatos grises desgastados y una gran barba blanca que le llegaba más abajo del mentón. Era como papá noél, pero delgado y supuestamente pintor. Tomó a Clou por el hombro y la guió hasta una gran habitación de la que colgaban pinturas de las cuatro paredes. Los seguí.

Los cuadros y yo, teníamos una relación tormentosa. No los entendía muy bien, y ellos sin duda se burlaban de mi ignorancia. Tenía que preguntarle constantemente a Clou que demonios significaban aquellos trazos abstractos que seguían direcciones indescifrables y terminaban llegando a ningún lugar. Me dolía la cabeza de solo pensar en ello.

–Tu amiga podría ser una musa –dijo el hombre que se parecía a papá noél.

–¿Kleire? –Contestó Clou- Nunca se quedaría quieta en ningún lugar

–Mírala: cabello gris, ojos grises, piel de porcelana… mis chicos pelearían por su retrato.

–Oigan, sigo aquí. No hablen como si no estuviera.-respondí.

–Oh, lo siento. Él es Bernard, autor de todo lo que ves aquí –dijo Clou.

Estreché su mano y sonreí.

–Uhmmm, bonitas. –Me encogí de hombros.

De hecho, eran hermosas. Pero quería seguir siendo de esas personas que valoraban el arte en bajo perfil. Incluso había encontrado una imitación de la escuela de Atenas. Si Rafael – el pintor original- estuviese vivo, sin duda estaría orgulloso.                                                                                 Nos pasamos todo el día de cuadro en cuadro. Bernard nos explicaba a Clou y a mí los trazos y las diferentes técnicas que usaban según el año en que fueron creadas las obras. Me forcé a sacar mi mejor actitud y escuchar con atención lo que el hombre decía.

-Clou…- le hablé a mi amiga cuando finalmente Bernard se había ido, probablemente a buscar otra presa que quisiera escuchar su discurso.

–Estás cansada. –Me miró con ojos divertidos. Usaba delineador ese día  y  ya se le había corrido un poco.

–Sí, muy cansada. Eso estuvo totalmente agotador ¿podemos irnos ya?

-Claro, solo deja que recoja unas cosas. Ve saliendo primero ¡pero no huyas!

–En mi condición, no te garantizo nada.

–Muy graciosa –dijo riéndose.

Después de unos cuantos minutos, caminábamos por las aceras del centro de York. Había un pequeño café que habíamos encontrado hace unos cuantos años y allí siempre íbamos cuando nos sentíamos muy cansadas para hacer cualquier otra cosa.

Recuerdo la calle y el semáforo en rojo. El café estaba en el otro lado de la acera y Clou al ver que no había mucho tráfico se apresuró a atravesar la calle. Recuerdo sus zapatos carmesí y todo como en un solo momento se detuvo. Había una camioneta gris de la que ninguna de las dos se había percatado. Pero algo estaba mal. Los frenos estaban fallando, y el piso estaba resbaladizo debido al hielo. El auto patinaba sin control por la autopista y vi aterrada como iba a chocar con Clou.

–¡NO! –grité como nunca lo había hecho, pero ya era muy tarde. La camioneta gris la iba a matar.

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