La enfermera estaba tocándole las costillas desnudas mientras ella mantenía el brazo levantado sobre su cabeza. Su jersey sudada, enlodada y ensangrentada, descansaba sobre su regazo.
—¿Te duele? —preguntó la mujer.
—Sí —respondió Ingrid, sin despegar la mirada de los pósters que colgaban de la pared que estaba frente a ella. En uno se ilustraban pulmones afectados por tabaquismo prolongado; en otro, el sistema digestivo; y en el resto, diversas partes del cuerpo que resultaban repulsivas cuando estaban afectadas por alguna enfermedad venérea.
La enfermera le revisó el ojo con un aparatejo de aspecto bastante gracioso, luego le revisó los nudillos y finalmente sonrió.
—Son sólo magullones. No te rompió nada.
—Lo que me rompió no puede verse —respondió Ingrid antes de darse cuenta de que estaba hablando en voz alta.
—Te lo hubiera roto por partida doble si hubieras presenciado lo mismo que yo.
Ingrid frunció el ceño pero no preguntó nada.
—Celeste respaldó la historia de su novio, dijo cosas... —la mujer se detuvo, se dio vuelta y comenzó a guardar los aparatos que había estado usando—. Ya puedes ponerte la camiseta —indicó, sin dejar de acomodar su estación de trabajo.
—Nos llamó mentirosos, ¿verdad?
La enfermera se detuvo, se notaba que estaba enojada, pero también que estaba en una lucha interna por controlar sus emociones.
—Hubiera jurado que Celeste quería que el director les expulsara.
Ingrid sintió su corazón acelerarse; no ante la posibilidad de ser expulsada, esa la había contemplado desde antes de dar el primer golpe en la cara de Horacio, sino ante la devastadora realidad de significar tan poco en la vida de Celeste, como lo fue en su momento en las vidas de Cristina y de Victoria. La historia se repetía una vez más, y ella, nuevamente, era el denominador común; la razón constante de que en los rostros de las personas que había amado, naciera esa mirada de odio absoluto.
—Ambos sabíamos que lo haría —aseguró Ingrid, poniéndose su máscara más dura.
En ese momento, alguien tocó a la puerta y la enfermera le indicó que podía pasar. El director entró, Israel pasó detrás de él; el entrenador y el prefecto se quedaron en la sala de espera porque el espacio de la enfermería era reducido, pero estaban atentos a todo lo que estaba sucediendo.
Después de todas las indicaciones del director, la enfermera los corrió a todos para terminar de examinar a Ingrid.
—¿Se me va a hinchar el ojo? —Preguntó Ingrid, cuando la mujer le dio un medicamento para tomar.
—Bastante —respondió ella, sin miramientos.
—¡Lo que me faltaba! Ir por la escuela pareciendo Quasimodo —dijo Ingrid.
—Pudo haberte ido mucho peor; eso lo resuelves con unos lentes de sol y listo —respondió la mujer.
Con paso lento, pero seguro, Ingrid caminó hacia la puerta.
—¿Ingrid? —Dijo la enfermera.
Ella se detuvo y volvió la mirada.
—¿Qué le vas a decir a tus papás?
—La verdad —respondió ella sin tener que pensarlo—. Prefiero que la escuchen de mí, antes de que escuchen todas las mentiras de Celeste cuando vengan a hablar con el director.
La enfermera asintió en silencio.
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Ingrid y Celeste
Teen Fiction(LGBT) Ingrid, la sensación del futbol femenil de su estado, pero su vida da un giro imprevisto cuando un video comprometedor ocasiona que sea expulsada de su lujosa escuela privada, en donde su talento prometía llevarla muy lejos. Celeste es la inc...