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Dedicado a: Mimi-Miaka 💜

Gracias por crear historias tan bonitas a mi lado. Espero que te guste.

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La ciudad siempre fue asfixiante. Tan gris y cubierta de humo, con falsos rostros sonriéndote y hundiéndote un puñal en la espalda. Pero sobretodo ruidosa y abrumadora, que te empuja a la productividad restándole importancia al cuidado personal.

Cada segundo me era arrebatado, a veces por necesidad, otras por falsas excusas. Primero los estudios, luego el trabajo, las salidas por conveniencia, las que eran por evadir mis propios pensamientos... Se sentía como estar vacío, como vivir dentro de un cuerpo que no controlaba, en una mente que existía por y para los demás.

Justo la antítesis a lo que descubrí una vez puse los pies en el campo. En el bosque no quedaba espacio para el estrés o el dolor, recogía lo que sembraba, viviendo el día a día y aprendiendo a hacer las cosas por mi mismo, aunque fuera de la manera más rudimentaria.

No fue hasta que me alejé de aquel estruendoso lugar que me vi capaz de convivir conmigo mismo, en mi propia soledad, y disfrutar del tiempo que me dedicaba. A quererme y valorarme, a curar heridas infectadas y cerrarlas con cariño y comprensión.

Y ahora era finalmente feliz. Más feliz que nunca.

Aquella mañana me levanté por los cosquillosos bigotes de Wilbur, mi ratita, acariciándome la cara. El aislamiento social se hacía más ameno teniéndolo a mi lado, era mi mejor amigo, mi compañero de aventuras.

— Buenos días, pequeñajo, ¿tienes hambre? —Lo cogí colocándomelo en el hombro y bajamos a desayunar. Unas buenas tortitas para empezar el día con energía, tenía muchos planes en mente.

El primero era arreglar la valla del huerto, aproveché un compromiso familiar en la ciudad para acercarme a por tablones y dejarlo todo listo. También pensé en plantar las nuevas semillas que había conseguido y así poder recolectar pronto las verduras propias del verano.

— ¿Me vas a echar una mano? — le pregunté a Wil sonriente al ver cómo husmeaba entre el abono.

Recoloqué mi peto y me dispuse a retirar los listones estropeados, suponía que probablemente tardase toda la mañana, pero por suerte el Sol no apretaba demasiado fuerte a estas horas, aunque si lo suficiente para hacerme sudar.

El sonido de unos pasos contra la tierra me hicieron elevar la vista con curiosidad. ¿Quién era aquel chico? Su cuerpo alto y esbelto, ligeramente tostado y cubierto por unos pantalones cortos y una camiseta básica. Llevaba el cabello moreno y ligeramente rizado, que no paraba de ondear por la suave brisa. Pero lo que más llamó mi atención fue su expresión de vergüenza e inseguridad, cómo parecía querer algo pero permanecía estático, incapaz de lanzarse.

— Buenos días, ¿necesitas algo? — Decidí ser yo mismo quien le sacase del apuro.

— Yo... Emh...— Desvió su mirada con las mejillas completamente teñidas.— Necesito ayuda porque una de mis vacas se ha puesto enferma. No sabía a quién recurrir y en la ciudad todo está cerrado.

Oh, así que era eso. No pude evitar sonreír, su timidez me resultaba muy adorable,

—No soy veterinario pero... Tal vez Owen pueda echarte una mano. Es el que tiene mayor conocimiento de animales por aquí. Si quieres te acompaño, no está muy lejos.

— No es que no sepa de animales pero Jina está extraña y nunca la había visto así — Me costó aguantar la risa al ver cómo trataba de justificarse.

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