9. Vergüenza Ajena

2 1 0
                                    

.

Rosa, la maravillosa

El conventillo del pasaje se mofaba a diestra y siniestra de toda alma que decidiera salir de su escondite a toda hora del día con poco menos que un arreglo encima.

Aquella tarde no sería la escepción; por eso cuando Rosario Duarte salió con su más que conocida y poco común melena rizada junto a un broche emplumado las burlas fueron inminentes, las mismas que la semana pasada, todas las mismas.

En sus adentros Rosario sabía que eso era de pura envidia y por ello, un día cómo cualquier otro, decidió lucir su más reciente adquisición proveniente de una difunta dama portuguesas que se la habría dejado a su amiga Margot.

El sol escaseaba ya en la ciudad, pero no era necesario para nadie. Así que la señorita Duarte decidió salir a robar miradas, sin una sola gota de vergüenza.

Un vestido rojo cual carmín, tan breve a la cadera y liviano al cuerpo que las mujeres del pasaje no hicieron más qué desear que se le cayera y dejará al descubierto para deleitarse con el espectáculo que daría que hablar por días.

Para Rosario esto era todo un logro a festejar, para entonces salió de allí pavoneándose orgullosa de su logro. Al cruce de la esquina, camino al pub, más de uno se fijó en su poca sutileza, pero esto no le importó.

No hasta que dos cualesquiera  se aprovecharon de la oscura soledad de la muchacha, y rendidos a sus más falsos instintos, allí a la luz de la luna ultrajaron sin pudor a una rosa sin espinas, aquella rosa que al amanecer carecía ya de color en sus pétalos, que con su tallo cortado yacía ya sin vida.

En el pasaje se diría que maravillosa muchacha había sido, más Rosa no era sino un ejemplo de vergüenza, que ajena a la maldad e hipocresía del mundo quizo brillar y se terminó por estrellar.

.

Mirá vos | Microrrelatos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora