1. Pan comido

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Una misión más como otras tantas cumplidas con éxito, esta iba sin duda por el mismo camino. Su jefe había dado órdenes claras, y habían resultado un trabajo fácil, puestos a que ella estaba acostumbrada a aquella vida. Sara Cooper vivía del dinero negro, sin remordimientos. No le importaba las vidas que quitara, tampoco las vidas que arruinara, las familias... Su propio bienestar era lo único importante para ella. "Son ellos, o tú", sí, aquel era su lema, sabias palabras de aquel hombre al que le podía llamar "padre". Él le enseñó todo lo que sabe, aunque podría decirse que también fue el causante de que ella viviera de aquel modo. ¿Debía quejarse? No, por supuesto que no. Tenía una casa enorme, dinero a montones, hombres a montones, amigos... ¿Qué más podría desear?

—¡Sacadnos de aquí! —sonrió, cruzada de piernas sobre aquella silla, con una taza de café en la mano, sobre la mesa. Dio otro sorbo, disfrutando de aquellos gritos desesperados. Fue pan comido, ¿Qué clase de seguridad podría con su equipo? La respuesta era fácil: ninguna. Nadie sería capaz, jamás, de vencer a sus compañeros de rapto, nunca. Todos ellos tenían un simple motivo por estar aquí: el dolor, la soledad, la sed de venganza. Todos odiaban el mundo en el que vivían, y ella los salvó a todos de la muerte, sacándolos de bares, de debajo de los puentes, de las calles, contenedores de basuras... ¿Los salvó? Así lo llamaba ella, supongo. Cuán engañados estaban, ¿Verdad? Ella sabía perfectamente que simplemente los estaba arrastrando al infierno, junto a ella. Pero como a ella le daba igual, suponía que a ellos también.

—¡Ayuda! —soltó una leve risa y dio el último sorbo, terminando con todo el contenido de aquella taza. Miró a Barry, uno de tantos de sus compañeros, el cual se encontraba sentado en otra silla, un poco más alejado que ella, y a su diferencia, con un vaso de cerveza. Jamás superó su adicción al alcohol.

—Barry. —lo llamó, y éste en seguida alzó su mirada gris. 

—¿Sí, Sara? —preguntó.

—Amordázalos. —ordenó, y él asintió dando otro trago largo de su cerveza, vaciando el vaso por completo y dejando espuma en su barba, la cual se limpió rápidamente con su chaqueta, aquella que se podía considerar como un harapo. Nadie sabía por qué seguía conservando aquella chaqueta vieja con la que lo encontró, porque tenía dinero, el suficiente para comprarse una nueva. Rodeado de lujos, vestido de pobre.

Escuchó las botas de Barry a cada paso que daba, ir hacia la puerta donde aquellos chicos a los que se les mandó capturar, y de pronto, un portazo. —¡Cayáos de una puta vez, nadie va a oíros! —gritó. Sonrió de lado. Nadie sabía asustar como Barry lo hacía, supongo que era por esos ojos grises llenos de sufrimiento y amargura, por su altura de dos metros, su barriga y su barba, era el típico hombre con el que no querrías cruzarte en un callejón, con el que no cruzarías palabras, tal vez ni una mirada.

La puerta de entrada se abrió, y ella alzó su mirada a ésta, divisando a Francis. Era similar a Barry, supongo, en cuanto al tipo, pero él se rapaba la cabeza y tenía los ojos marrones y oscuros, y podía considerársele una persona más flexible, aunque muchas veces hubieran luchado porque aquella compasión desapareciera de él. —¿Han comido? —fue lo primero que preguntó. Ella puso los ojos en blanco. Muestra de compasión, Francis siempre se encargaba de alimentar a los presos durante el tiempo que estuvieran ahí, se encargaba de darles agua, ropa... De no ser por Francis, aquello sería un infierno para todo aquel que acabara capturado... Más de lo que era.

—No. —negó ella. De no ser por Francis, quizás acabarían muriendo de hambre, debía añadir. Tal vez deshidratados.

La puerta se abrió por segunda vez y entró una chica de pelo corto y ojos marrones. Charlotte, pero ella prefería que la llamaran Charlie. Todo el mundo conocía su historia. Charlie, a parte de Sara, era la única chica, con la cual había tenido algunos problemas debido a su orientación sexual. Resulta que Charlie tenía preferencia por las mujeres, y acabó enamorándose de su propia jefa, simplemente por haberla rescatado de aquel callejón en la que la encontró llorando, desnuda y temblando. Una dama jamás debía andar sola, de noche, por aquellos barrios. Ella le contó que salió de fiesta con unos amigos, entró a buscar algo y al salir ya no estaban, la abandonaron, y un hombre la arrastró a un callejón y la violó. Ella era virgen, desde aquel entonces le repugnaban tanto los hombres que no soportaba ningún contacto con ellos, supongo que afectó a su orientación.

Stockholm Syndrome By Lezu1355 ft SandraDirectionerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora