Étienne

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Todos hemos tenido alguna vez una fantasía erótica que nos gustaría cumplir. Lo que no imaginé es que la mía se sucediese un día cualquiera como aquel.

Por las tardes, después de trabajar, tenía por costumbre salir a correr un rato. No pretendía hacer una maratón ni nada de eso, tan solo me gustaba mantenerme en forma y, de paso, eliminar todo el estrés acumulado en el despacho. Mi trayecto era casi siempre el mismo: Cruzar el parque, bajar al puerto, trotar un poco más intensamente hacia Portugalete por el muelle y volver. No tardaba más de cuarenta y cinco minutos salvo los días que me quedaba mirando hacia los pantalanes viendo cómo fondeaba algún velero. Ya que, de vez en cuando, llegaba algún turista extranjero con su barco y se quedaba un par de días a conocer la zona.

Si os preguntabais el motivo de mi interés, no era otro que mi profunda fascinación por los barcos. Desde niña, me gustaba quedarme a mirar cómo atracaba el ferry que partía hacia Porstmouth todos los martes y jueves como tonta. Pura envidia, sí, pero es que era mi única forma de viajar, ver hacerlo a los demás porque la economía familiar no nos permitía hacer algo tan simple como tener vacaciones. Con el paso de los años y mi independencia económica, comencé a realizar mis sueños viajeros, aunque mi admiración por esas casas flotantes que surcaban los mares continuase intacta.

Era invierno, a pocos días de Navidad. El frío ya arreciaba con ganas, sin embargo, hacía semanas que no llovía, lo que me permitía salir a correr aunque oscureciese pronto porque, a pesar del clima, la gente aún se animaba a pasear por el muelle por las tardes.

Iba de vuelta en dirección a mi casa cuando vi a lo lejos la llegada de un precioso catamarán con bandera francesa. No era lo más normal que llegase a esas horas, pero ahí me quedé mirando embelesada como cuando era una niña la majestuosidad de sus formas, a la vez que sus quillas hacían de carta de presentación de lo que vi después, su dueño. Sí, en medio de una casi penumbra apareció el hombre que cambió mi vida poco después, Etienne.

La embarcación se acercaba y yo no podía evitar no mirar. Los gráciles movimientos de su cuerpo erizaban mi piel. Fue algo instintivo, casi animal. Según lo veía más cerca, mi corazón latía con más fuerza, como dejándome a la expectativa de lo que estaba por venir. Agité mi cabeza intentando aislar mis pensamientos más primarios sobre aquel desconocido que me perturbó la calma con tan solo observarlo, sin embargo, mis ojos no podían dejar de hacerlo. Miré hacia el cielo tratando de recuperar la compostura y continuar mi camino cuando sucedió. Al bajar la cabeza, nuestras miradas se cruzaron. Y fue ahí cuando sentí algo que jamás pensé que me sucedería en una situación así. Me excité. Lo hice como si fuese una adolescente con las hormonas explotando y lo más fuerte, sentí la suya.

Me toqué las mejillas y pude notar mi sonrojo. Los nervios comenzaron a hacer su aparición, así que, entre eso y la vergüenza, no hice otra cosa mejor que disimular como pude y salí corriendo de allí. Mejor huir que permitir que un desconocido se riese de mi por algo tan aparentemente nimio e inocente.

Llegué a mi casa más sofocada por la excitación que cansada por haber corrido. Me metí en la ducha con mis pensamientos en aquel hombre y comencé a tocarme. Sentía como sus fuertes manos tocaban mi piel y me excitaban con tan solo el roce. Poco a poco alcanzaron la cumbre de mis senos y erizaron las areolas de tal forma que se endurecieron como guijarros.

Todo era mi imaginación, pero deseaba que fuese aquel hombre el que me llevase a mi próximo orgasmo. Aun así, me masturbé hasta conseguirlo pensando en sus manos, en ese fibroso cuerpo rozándose con el mío. Llegué a él sin necesidad de tocarme mucho más. Me toqué mi sensibilizado botón con una mano en introduje en mi interior dos dedos de la otra y fue suficiente para alcanzar el clímax. Uno devastador que me dejó con ganas de mi marinero. Con hambre de él.

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2020 ⏰

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