모임 2.

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Hice una cena solitaria, diciéndome en silencio lo que le hubiera dicho a él si hubiera estado despierto. Su sueño era tan estable, que en cierto momento tuve la inquietud de que las pastillas que se había tomado no
fueran para dormir sino para morir. Antes de cada trago, levantaba la copa y brindaba.

-A tu salud, hermoso.

Terminada la cena apagaron las luces, dieron la película para nadie, y los dos quedamos solos en la penumbra del mundo. La tormenta más grande del siglo había pasado, y la noche del Atlántico era inmensa y límpida, y el avión parecía inmóvil entre las estrellas. Entonces lo contemplé palmo a palmo durante varias horas, y la única señal de vida que pude percibir fueron las sombras de los sueños que pasaban por su frente como las nubes en el
agua. Tenía en el cuello una cadena tan fina que era casi invisible sobre su piel de oro, las orejas perfectas sin puntadas para los aretes, las uñas rosadas
de la buena salud, y un anillo liso en la mano izquierda. No parecía tener más de veinte años me consolé con la idea de que no fuera un anillo de bodas sino el de un noviazgo efímero. "Saber que duermes tú, cierta, segura,
cauce fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados", pensé, repitiendo en la cresta de espumas, de champaña el soneto magistral
de Gerardo Diego. Luego extendí el asiento a la altura del suyo, y
quedamos acostados más cerca que en una cama matrimonial. El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su piel exhalaba un hálito tenue que
sólo podía ser el olor propio de su belleza. Me parecía increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunarl Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma
cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban, porque
la esencia del placer era verlas dormir. Aquella noche, velando el sueño de él hermoso hombre, no sólo entendí aquel refinamiento senil, sino que lo viví a plenitud.
-Quién iba a creerlo -me dije, con el amor propio exacerbado por la champaña-: Yo, joven, y perdidamente enamorado.
Creo que dormí varias horas, vencido por la champaña y los
fogonazos mudos de la película, Y desperté con la cabeza agrietada. Fui al baño. Dos lugares detrás del mío yacía la anciana de las once maletas despatarrada de mala manera en la poltrona. Parecía un muerto olvidado en el campo de batalla. En el suelo, a mitad del pasillo, estaban sus lentes de
leer con el collar de cuentas de colores, y por un instante disfruté de la dicha mezquina de no recogerlos.

아름다운 - Minjoon'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora