Fiesta

30 3 0
                                    

El grupo que se había formado era de veinteañeros, sólo los de la comida y yo teníamos más de treinta. Cantaban con entusiasmo, daba gusto verlos cantar. Andrea estaba contenta y en algún momento de la noche me sacó a bailar. El grupo creció cuando comenzamos a bailar. De pronto el tráfico pesado se había transformado en una pequeña fiesta.

Estuvimos tres horas bailando, cantando, platicando y tomando cerveza. Hasta yo hice de músico desafinado y canté un par de canciones que me sabía en guitarra.

Justo cuando se acabó la cerveza, un policía de tránsito en moto pasó diciendo por altavoz que en poco tiempo volvería a fluir el tráfico, que regresáramos a nuestros carros. Nos despedimos de nuestros nuevos amigos, no sin intercambiar números de teléfono y prometer que nos reuniríamos de nuevo para repetir la fiesta en otro lugar. Y por supuesto, nunca repetimos.

La pasajera desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora