Canutos rojos de carmín

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Domingo de resaca, nueve de la tarde de un verano no cualquiera. El balcón que invitaba a sentarme en sus barrotes, a sentir el sol en mi cara más amarga. En el octavo piso del edificio más antiguo, de fondo, su espalda y un río, bañado en atardeceres rosas y naranjas. Bonito final para una semana de dúos en la cama.

Último papel de ocb, demasiada marihuana aún por fumar entre las sábanas. La brisa y sus vistas, crema que degustar. Empezando por aquellos incitantes pantalones, caídos a media cintura que dejaban deleitarme con esa curva tan provocadora.

Mi camisa de botones sólo abrochaba los necesarios, para intrigarle a ver lo que se transparentaba más abajo. Un café de serena desazón apoyaba en mi muslo su taza manchada de carmín rojo con el que rato antes habíamos jugado a poseer entre piernas abiertas y curvas desiertas. Estaba segura de que podría prender el petardo sólo con mi calentura interna, esa que me provocaba su sonrisa desnuda al sol del atardecer más calmado.

Lentos movimientos para sus penetrantes ojos de caramelo, incliné mi espalda para levantarme del balcón en el que yacía sentada. Era cuestión de tiempo la explosión de su viveza extrema. Caminar hacia la cocina me supuso un baile de fácil contoneo para provocarle, sin bragas. A escasos centímetros de llegar a la encimera de la isla que naufragaba en mi cocina, sentí su mano fría por el interior de mis piernas, en tembleque de su estímulo placentero. Sujeta con una mano a su cintura, la otra se agarraba al borde del mueble mientras muy pícara me inclinaba hacía él y levantaba una pierna invitándole a poseerme en aquella estancia. De fondo sonaba una base de rap de sus canciones dedicadas a la curva de mi espalda.

Admirado por mi descaro no dispuso a complacerme, sino que se le antojó jugar aún más rápido con su lengua en mi placer más desmesurado. Mis manos traviesas intentaron imitarle pero me sucumbí al cansancio del abismo. Ante un orgasmo inesperado, corrigió su postura, se enderezó y me rozó por detrás con todo su esplendor. Sus dedos exploraban las tierras ya memorizadas de mi cuerpo, conocía mis rasgos más copiosos al igual que todos mis lunares. Pero le encantaba vislumbrarme en caricias.

Ante besos despreocupados del reloj se apegó a mí, sin girarme el cuerpo indujo toda su fuerza en un pausado pero ágil movimiento que me hizo rasgar la garganta con su nombre entre mis labios. Cristiana me volví ante su ritmo paulatino pues esa agitación de sentimientos invocaba al mayor de mis diablos, su placer.

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